Cuadros de espiritualidad, Noviembre 2014, por la laica Araceli de Anca Abati
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Cuadros de espiritualidad, Noviembre 2014, por la laica Araceli de Anca Abati
Jesucristo, el mismo ayer y hoy y por los siglos (cfr. Hebreos 13, 8), estando presente en la Historia de todos los tiempos, realiza continuamente su obra de Redención: ¡la Redención continúa haciéndose! ¡Jesucristo continúa redimiendo!
Y pues la misión de Cristo y del Espíritu Santo es conjunta e inseparable (cfr. CATECISMO… nº 743), desde el día histórico de Pentecostés se dirá que es el Espíritu de Cristo quien lleva a término la Redención en la tarea de la Santificación.
"Puesto que el Espíritu Santo es la Unción de Cristo ?leemos en el Catecismo de la Iglesia católica-, es Cristo, Cabeza del Cuerpo, quien lo distribuye entre sus miembros para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su intercesión por el mundo entero. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su Espíritu, Santo y Santificador, a los miembros de su Cuerpo" (nº 793).
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Ahora bien, de las Sagradas Llagas de Jesucristo, de cuya Preciosísima Sangre se abastecen los Sacramentos, podemos pensar:
– de la Llaga que le hizo el clavo de su mano derecha, que señala el nacimiento de la luz que ilumina la inteligencia, mana la Gracia para hacer de la Ciencia una tarea redimible y redentora. Ciencia que fue burlada en el Paraíso terrenal cuando Adán y Eva, tentados por el demonio, quisieron ser como Dios, conocedores del bien y del mal (cfr. Génesis 3, 5).
Y ahora, después de que Cristo ya nos ha redimido, el hombre, no deberá temer a que ciencia y fe se contradigan: si algo no cuadra es porque la investigación, cuando no es correcta, llega a falsas conclusiones, ya que las leyes que rigen la materia animada e inanimada, legisladas en la Ley Eterna por el Creador, no pueden contener errores.
– de la Llaga que le hizo el clavo de su mano izquierda, situada en el lado del corazón, cobijo del Amor, mana la Gracia para hacer que sean redimibles y redentores los sentimientos más nobles del hombre, y todo aquello que es de provecho para el Cielo: las obras de fraternidad y toda obra que hace agradable y estimulante la vida a los demás.
Y ahora, después de que Cristo ya nos ha redimido, el hombre podrá hacer obras que sean del agrado de Dios, y el Padre se dignará mirar cada servicio de amor al prójimo, recibiéndolo como hecho al mismo Señor Nuestro Jesucristo (cfr. Mateo 25, 40).
– de la Llaga que le hizo el clavo que atravesó sus pies, mana la Gracia para hacer que sean materia redimible y redentora todas las circunstancias que envuelven las realidades terrenas: el esfuerzo del trabajo, simbolizado en el "sudor" -del que habla el Génesis-, así como todo sufrimiento que conlleva la vida, simbolizado en el "dolor" – recogido también en el Libro Sagrado-.
Y ahora, después de que Cristo ya nos ha redimido, "dolor" y "sudor" podrán ser santificables, ofrendas muy gratas a Dios cuando le son presentadas por el alma sacerdotal del bautizado (cfr. I Pedro 2, 5), ofrecidas por la Iglesia en la Santa Misa.
– y de la Llaga que le hizo la lanza que atravesó su Corazón Sagrado, mana la Gracia para hacer redimible y redentora la alabanza a Dios por sus obras de Bondad, Belleza y Verdad divinas.
Y ahora, después de que Cristo ya nos ha redimido, es una gozosa realidad la Presencia del Espíritu Santo en nuestro mundo: el hombre recupera la Filiación divina perdida en el Paraíso terrenal; y la oración, la adoración, la alabanza y la expiación que tribute a Dios, por obra del Espíritu, pasan a ser del agrado del Padre Eterno.
¡Detrás de toda obra buena está siempre el Espíritu Santo!
(cfr. Juan Pablo II. Discurso 12-VIII-1998).
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Y porque "Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y por los siglos", siempre es actual su hora en la vida de los hombres. La Redención se sigue haciendo ¡aquí!, ¡hoy y ahora!, siendo los Sacramentos que manan de las Llagas de Jesucristo los que aplican la Redención en nuestras almas.
"Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre ‘una vez por todas’ -leemos en el Catecismo-. Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección ‘permanece’ y atrae todo hacia la vida" (nº 1085).
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"Que Dios te conquiste y ya eres libre", afirma san Agustín
(Trat. Evang san Juan 41, 10).
Imaginemos. Tienes en la mano un vaso lleno de agua. ¿Qué harás con él?
Puedes, como un malvado, tirar el agua a la cara del que desprecias o envenenarla para matar al que odias.
Pero si quieres dar Gloria a Dios, puedes:
– bebértela y dar gracias a Dios,
– como penitencia, derramarla y seguir padeciendo sed,
– ofrecerla al sediento que pasa a tu lado,
Y si dispusieras de mucha agua, podrías regar la tierra contribuyendo a la obra del Creador.
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Pues bien, ante tantas opciones que en los mil afanes ofrece la vida, y porque necesariamente se ha de elegir una, ¡encomiéndate a Dios!, ¡ponte en manos de la Virgen!, luego ¡¡escoge!!…, y Dios bendecirá tus decisiones.
Después, no te inquietes por la decisión tomada, pues has de saber que lo que elegiste es precisamente lo que Dios quiere, porque tuviste buena voluntad y Gracia divina.
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Desde antiguo, los que viven cara a Dios actúan con gran libertad de espíritu, como lo vemos en la respuesta que dio el profeta Natán ante un deseo del rey David: "Anda, haz todo lo que te dicte tu corazón, pues el Señor está contigo" (II Samuel 7, 3).
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Cooperar con el Espíritu de Cristo para volver a construir en nosotros la santidad perdida por el pecado.
Cuando nuestro Padre Dios creó el mundo y al hombre en su amistad divina, contempló que todo lo que había hecho era muy bueno (cfr. Génesis 1, 31). Mas después, porque Adán y Eva, padres de la humanidad, creados con la dignidad de hijos de Dios, le ofenden con el pecado, surgirán consecuencias dramáticas que no cesarán hasta el Fin del mundo:
Perdimos la Gracia santificante y los dones preternaturales. Y durante toda la vida nos quedará una inclinación al pecado, contra el que debemos luchar si queremos vivir en amistad con Dios.
"Dos amores han construido dos ciudades -escribe san Agustín-: el amor de sí propio, hasta el menosprecio de Dios, construyó la ciudad de Babilonia, es decir, del mundo y de la inmoralidad; mientras que el amor de Dios, hasta el menosprecio de sí mismo, levantó la ciudad de Dios" (CIUDAD DE DIOS 1, XIV, c.28).
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Jesucristo, Hijo de Dios y Hombre verdadero, vendrá a la tierra para remedio nuestro, y con su Redención reparará con creces aquel desastre.
Por un lado, destruirá las obras del diablo (cfr. I Juan 3, 8).
Y por otro lado, construirá con los "Materiales divinos" de sus Infinitos Méritos, nuestra futura Morada en Dios, por la Fuerza del Espíritu.
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Dios Espíritu Santo será la Fuerza divina que incorpore constantemente a los bautizados al Cuerpo Místico de Jesucristo, o lo que es lo mismo, edificará su Iglesia perfeccionándola con los Sacramentos y por la Oración.
Vosotros, escribe san Pablo, "ya no sois extraños y advenedizos sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los Apóstoles y Profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús, sobre quien toda la edificación se alza bien trabada para ser templo santo en el Señor, en quien también vosotros sois juntamente edificados para ser morada de Dios por el Espíritu" (Efesios 2, 20-22).
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Cuando cantar a Dios no basta -alienta el salmista-, alabemos su Nombre con danzas y al son de pandero y salterio (cfr. Salmo 149).
Se ha dicho en alguna parte:
"Callar de sí mismo es humildad,
callar los defectos del prójimo es caridad,
callar palabras inútiles es penitencia,
callar a tiempo es prudencia,
callar en el dolor es heroísmo".
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Pero si tantas veces callar es bueno… otras, lo obligado será hablar.
Leyendo el Evangelio aprendemos de Jesucristo a dialogar, a enseñar y a escuchar, a guardar silencio y hasta a levantar la voz cuando sea muy necesario.
Sin embargo, cuando Dios calla es elocuente su silencio, porque Dios, que es Palabra tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, aconseja, reprende, consuela, anima… a veces con suavidad, a veces con fuerza, y a veces guardando silencio: es lo que se ha dado en llamar el silencio de Dios.
Ante tanto desvelo de Dios por el hombre, yo me pregunto: ¿entablo diálogo con Dios, Señor Nuestro?, ¿le escucho?, ¿respeto en mi corazón sus Sagrados silencios?
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Cuando el alma, hallándose en la Presencia de Dios, Uno y Trino, dialogue con Él -Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo-, no podrá por menos de entonarle cantos de Amor y Adoración, tal como le cantaba el rey David:
"Entonad al Señor un cántico nuevo,
salmodiad al Señor toda la tierra;
salmodiad al Señor; alabad su Nombre,
anunciad día tras día la salvación que de Él viene,
su gloria publicad entre las gentes,
y entre los pueblos todos sus portentos" (Salmo 95, 1-3).
Y entonarle cantos también, tal como la Iglesia le canta, ahora, animando la Liturgia en el día del Corpus Christi:
"Alaba, alma mía, a tu Salvador;
alaba a tu guía y pastor con himnos y cánticos.
Pregona su gloria cuanto puedas,
porque Él está sobre toda alabanza,
y jamás podrás alabarle bastante"
(Secuencia de la Fiesta del Corpus Christi).
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Es la Gracia del Espíritu Santo aquel Agua Mística que vio san Juan en el Cielo, la misma que divinamente sacia ahora a los hombres en la tierra.
El Agua que lleva ese río que el Apóstol describe en el Apocalipsis –"río del agua de la vida, claro como un cristal, procedente del trono de Dios y del Cordero" (22, 1)- es ese Agua Mística que Dios ofrece a los que peregrinan aún en la tierra y tienen puesta su confianza en el Señor (cfr. Jeremías 17, 7-8). Agua Mística, Gracia santificante que Dios ofrece a quien tiene sed y la ansía (cfr. Apocalipsis 22, 17).
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Agua de Gracia que santificará al que la reciba, llevándole ser "como un árbol/ plantado al borde de la acequia, / que da fruto a su tiempo,/ y no se marchitan sus hojas:/ cuanto hace prospera" (Salmo 1, 3).
Agua de Gracia derramada por el Espíritu Santo sobre las almas santas, a las que Tú, Señor, citando otra vez al salmista, "les das a beber del torrente de tus delicias./ Porque en ti está la fuente del vivir; y en tu luz veremos la luz" (Salmo 35, 9-10).
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¡Dichosos los que se sacien del Agua Mística, Agua de la Gracia que salva!, porque "el que beba del agua que yo le daré ?dirá Jesús-, no tendrá sed nunca más, sino que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida eterna" (Juan 4, 14).
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El camino hacia la santidad del alma cristiana, impulsado por el Santo Temor de Dios y cimentado en la humildad, se sostiene y se construye en el Santo Abandono del Amor divino.
Nos lo dicen los Santos, y la experiencia cristiana lo afirma:
Se comienza a recorrer el camino del Cielo con un singular Temor de Dios -temor a ofenderle, mas por amor-, pues el Señor nos dice que de nada tengamos miedo, excepto del pecado, porque nos aleja de su amistad divina. "El principio de la sabiduría es el temor del Señor" (1, 16), se lee en el Libro del Eclesiástico; "Es el temor de Dios como un jardín amenísimo; cubierto está de gloria, superior a todas las glorias" (Eclesiástico, 40 28).
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Camino hacia la santidad que se cimenta con la actitud humilde de suplica a la Misericordia divina, tal como lo hiciera el rey David:
"Ten piedad de mí, oh Dios, según tu gran misericordia.
Y según tu gran compasión, borra mi iniquidad" (Salmo 50, 2).
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Camino de santidad que se sostiene y se construye en el Abandono confiado del Amor divino: activa espera en lo que Dios quiera de nosotros en cada momento para llevarlo a cabo si confiamos en Él, en Dios, nuestra Fuerza.
Y así, con Samuel, juez de Israel, entonamos el "Cántico de la Roca":
"El Señor es mi peña, libertad y alcázar,
Dios mío, roca mía, a que me acojo;
Él es mi escudo y el apoyo de mi salvación,
mi fortín más seguro y mi refugio" (Samuel 22, 2-3).
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Tener visión sobrenatural es ver las cosas como Dios las ve.
Imaginemos que estamos ante un niño enfermo y que no podemos consolarle como quisiéramos; o que al indefenso, inhumanamente torturado, tampoco podemos calmarle sus dolores; o que a los socialmente marginados, que como párvulos de la sociedad son oprimidos por la injusticia humana, tampoco podemos ayudarles.
No, nosotros muchas veces no podremos remediar tanto dolor, pero Dios sí puede y lo hará con su infinito Consuelo, si no en este mundo en el Otro.
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Dios permite el sufrimiento de los inocentes, aunque no debemos pensar que ese su dolor sea castigo: son los mártires del pecado ajeno, fustigados con enfermedades, terremotos, desgracias…
Dios permite el sufrimiento de los que defienden la Doctrina de Cristo y no se contagian con el "mundo, demonio y carne": son los mártires de la Fe, fustigados con persecuciones cruentas o no, y con calumnias.
Dios permite el sufrimiento de los que luchan esforzadamente por la santidad, los que abandonados al Amor divino padecen toda clase de incomprensiones: son los mártires del espíritu, a los que el Señor les fustiga despegándoles de todo lo humano y, aparentemente, hasta de lo divino, haciéndoles pasar "noches oscuras", a fin de atraerlos a la más íntima unión divina; ellos, con Cristo, se quejarán filialmente al Padre: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27, 46), mas para enseguida decir con Él, con Jesús: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lucas 23, 46).
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Tú y yo no estaremos tristes cuando suframos. Daremos gracias a Dios porque en la Gloria las lágrimas de nuestro dolor serán como perlas que harán sonar notas de indecible alegría. Así, dirá Jesús: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados"
(Mateo 5, 5).
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La Caridad es lo que da peso a todo lo que hacemos.
De la mano de san Francisco de Sales vamos a formar este Cuadro de espiritualidad.
Delineamos los primeros trazos: "…así como el olivo plantado cerca de la viña le comunica su sabor, del mismo modo, cuando la caridad se encuentra al lado de las otras virtudes, les comunica su perfección y su brillo. Pero es también verdad que, así como si se injerta la vid en el olivo, no solamente le comunica éste más perfectamente su gusto, así debemos procurar que la savia de la caridad vivifique todas nuestras obras, no contentándonos con sólo tenerla en nuestra alma, y juntamente con ella las demás virtudes, sino procurando practicar las obras de éstas por ella y para ella, a fin de que puedan a ella justamente atribuirse".
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Pues bien, algunos no creen que la intención de hacer todo por Amor de Dios "extienda su virtud y lleve su influencia a las acciones que después practicamos, sino a medida que en el ejercicio de ellas aplicamos en particular el motivo del amor, dedicándolas especialmente a la gloria de Dios. Mas todas reconocen con San Buenaventura, universalmente alabado en esta materia, que si uno ha resuelto en su corazón dar cien monedas por Dios, aunque después haga cómodamente y con tiempo la distribución de esta suma teniendo el espíritu distraído y sin ninguna atención, no deja, sin embargo, de hacerlo por amor, puesto que procede del primer propósito que el divino amor le movió a hacer de dar todo eso".
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"‘Todo cuanto hacéis, sea de palabra o de obra, (hacedlo) todo en nombre de nuestro Señor Jesucristo. Ya comáis, ya bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios’. Estas son palabras del Apóstol, las cuales, como dice Santo Tomás al explicarlas, son suficientemente practicadas cuando nuestras almas se hallan adornadas con el hábito de la caridad; porque entonces, aunque no manifestemos un expresa y atenta intención de hacer cada una de las obras de Dios, esta intención está, sin embargo, virtualmente contenida en la unión y comunicación que con Dios tenemos, pues todo lo bueno que podemos hacer está, en virtud de dicha unión, dedicado, juntamente con nosotros, a su divina bondad" (TRATADO DEL AMOR DE DIOS- Libro 10º, cap. VIII).
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Que salten de alegría los que entran a participar del misterio del dolor por la Gloria que les espera.
¿Creemos que no sufren las almas que porque están en sintonía con Dios se muestran siempre alegres? Lee, lee en el Libro de la Sabiduría y allí verás cómo, con frecuencia, son blanco de las iras de los impíos. "Acechemos al justo -se dicen-, porque nos es enojoso, y se opone a nuestros hechos (…). Presume poseer ciencia de Dios, y a sí mismo se apellida hijo de Dios (…), pesado es para nosotros aun el verlo; pues discordante de los otros es su vida, y muy otros sus caminos (…). Llama feliz la suerte final de los justos (…). Con afrenta y tormento hagamos experiencia de él, para que conozcamos su mesura y aquilatemos su firmeza en sufrir" (Sabiduría 2, 12-19).
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De ese hacer sufrir al justo, dirá san Pablo: "…todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos"
(II Timoteo 3, 12).
Por eso, los justos -los santos- serán consolados en la Gloria, aunque aquí en la tierra también muchas veces recibirán un anticipo de la alegría que les espera, pues promete Jesús: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados" (Mateo 5, 5).
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Los fieles que caminan entre sombras de muerte, que no teman, pues, como dice el salmista, Dios está con ellos (cfr. Salmo 22, 4), y sus sufrimientos, porque son asumidos por el Sacrificio de Cristo, merecerán entrar a formar parte de esa inmensa muchedumbre que describe san Juan en el Apocalipsis, cuya voz dice que oyó el Apóstol y que era "como el estruendo de caudalosas aguas, y el estampido de fuertes truenos, que decían: ¡Aleluya: Reinó el Señor, nuestro Dios omnipotente!/ Alegrémonos; saltemos de júbilo; démosle gloria,/ pues llegó (el día de) de las bodas del Cordero/ y se ha engalanado su esposa" (Apocalipsis 19, 6-7).
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Sin amor de Dios en el corazón nada nos aprovecha para el Cielo; ¿para qué entonces nos servirá ganar el mundo si perdemos el alma?
(cfr. Mateo 16, 26).
Desgraciado el Mar Muerto. Dicen que nada puede vivir de cuanto entra en él: cuando los peces del río Jordán se aproximan a él, mueren enseguida si no se vuelven contra la corriente. Y dicen también que los árboles de sus orillas no producen ningún fruto vivo aunque tengan buena apariencia: cuando éste se arranca no se encuentra sino cortezas y membranas llenas de cenizas.
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Así, las obras de los pecadores, aunque se parezcan a las de los que anidan el Amor de Dios en su corazón y sean estimadas y recompensadas por la Bondad divina con algunos premios temporales en este mundo, sin embargo, no podrán ser recompensadas con galardón eterno, al no ser aprobadas por la Justicia divina.
Poned en un corazón, dice san Agustín, "la caridad, y todo aprovecha; quitad del corazón la caridad, y nada aprovecha"
(Ubi supra, cap 2, in fine).
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San Pablo dirá: "Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tuviera caridad, sería como bronce que resuena o címbalo que retiñe.
Y si tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y si tuviera tanta fe como para trasladar montañas, pero no tuviera caridad, no sería nada.
Y si repartiera todos los bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, pero no tuviera caridad, de nada me aprovecharía (…). La caridad nunca acaba" (I Corintios 13, 1-3 y 8).
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Una buena obra de fraternidad es consolar al que sufre.
Que deseamos ser felices… es aspiración de todos; pero mientras pisamos esta tierra vemos que, mezcladas con alegrías, abundan las penas, los sufrimientos: ¡el dolor!
Pues bien, nuestras tristezas las podemos transformar en alegría cuando tomamos conciencia de que es un gran honor participar con nuestro dolor en el Misterio de la Pasión de Cristo y ayudarle como el cireneo a llevar su Cruz; honor que el Señor nos hace porque "Dios manifiesta más su amor cuando pide que cuando da".
Y si en aquel momento Simón de Cirene consoló a Jesús, ayudándole a llevar su Cruz, ahora, nosotros, continuaremos consolándole con el ofrecimiento de nuestra vida, ayudándole ayudando a nuestro prójimo, en quien sigue sufriendo, llorando y padeciendo soledad.
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Consolaremos a Jesucristo, Víctima agradable al Padre:
– por las torturas que le infligieron los soldados romanos…, en donde quiero ver la reparación de los pecados cometidos contra la Ley Natural,
– por la incomprensión de los Sumos Sacerdotes que le condenaron a morir crucificado…, en donde quiero ver la reparación de los pecados contra la Fe y la Verdad
– y por la soledad que sufrió Cristo en la Cruz…, en donde quiero ver la reparación de tanto desamor a la Justicia y Misericordia divinas.
Consolaremos pues a Jesucristo, Sacerdote y Víctima, de quien dice san Pablo: "A él, que no conoció pecado (Dios), lo hizo pecado por nosotros, para que llegásemos a ser en él justicia de Dios"
(II Corintios 5, 21).
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Y daremos consuelo a Jesús:
– con actos de contrición y penitencia, en reparación de nuestros pecados contra la Ley Natural y contra la Esperanza en la otra Vida,
– con actos de adoración y acciones de gracias, en reparación de los pecados contra la Fe y la Verdad,
– con actos de amor, en reparación de los pecados contra la Caridad, por la indiferencia con la que tantas veces le dejamos olvidado en el Sagrario.
Al pie del altar o en la intimidad de nuestro corazón, le rondaremos y cortejaremos cuanto podamos, y con san Pedro se nos escaparán protestas de amor: "Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo" (Juan 21, 17).
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Hemos de saber que los que van al Cielo se Salvan siempre a través de los Méritos de Jesucristo.
Alguien ha dicho: "El que se Salva sabe y el que no se Salva no sabe nada".
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Y se Salvarán:
– los que, sin culpa, desconocen a Cristo pero viven de acuerdo con la Ley Natural que llevan escrita en sus corazones
(cfr. Jeremías 31, 33).
– los que se sujetan a la Ley de Cristo, viviendo en coherencia con sus enseñanzas
– y, con más razón, los que alimentan su alma del Espíritu de Cristo, en el que fueron sellados (cfr. Efesios 1, 13).
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Cómo la Iglesia se desvive por todos los hombres, lo da a entender la oración que se reza en la Plegaria Eucarística de la Santa Misa: "Confirma, (Señor), en la fe y en la caridad a tu Iglesia, peregrina en la tierra (…), a todo el pueblo redimido por Ti (…). Reúne en torno a Ti, Padre Misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el mundo (…). Por Cristo nuestro Señor, por quien concedes al mundo todos los bienes" (Plegaria III).