La parábola de los talentos
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La parábola de los talentos
En una época de profundos cambios, como la presente, en la que tanto se habla del buen talante y de los talentos, conviene reflexionar sobre los mismos. La cuestión no es nueva, porque el ser humano no ha nacido para encerrarse en sí mismo, sino para compartir sabiduría y vivencias. Tan importante como soñar con grandes ideales, es despertar para compartir las riquezas armónicas que todos llevamos consigo. Más allá del mero materialismo, están los patrimonios espirituales, el alma del conjunto de la especie, que ha de llevarnos a ser cada día más solidarios. En la medida que aprendamos a donarnos, los propios dones del Creador, aprenderemos también a crecer como seres humanos. Por tanto…
La vida es acción y ofrenda.
Reacción y rebeldía por existir.
Uno no existe porque sí, cohabita.
Y ha de desvivirse por donarse para vivir.
Cuando unos lo derrochan todo mientras otros no tienen nada, la parábola de los talentos nos hace reconcentrarnos sobre la necesidad de administrar bien los dones de la Creación, que a nadie nos pertenecen individualmente, sino que están ahí para disfrute de toda la humanidad. En consecuencia…
Dios espera un buen uso de las cosas.
También espera un justo reparto de lo legado.
Además espera, con paciencia, que nos amemos.
Solo así la vida nos resultará tan preciosa como precisa.
Parece que nuestra existencia, de este modo, se acrecienta cuando podemos ponerla en la vida de los demás. Es como si fuéramos a revivirnos eternamente. Sentirnos queridos y poder querer es la mayor de las genialidades. Precisamente, porque nadie puede llegar a la cima armado solo de talento, hemos de trabajar unidos para que pueda fructificar el bien común. En cualquier caso, tengamos presente siempre?
No enterrar los talentos.
Son los sueños los que mueven el corazón.
Pongámonos en guardia y en servicio permanente.
Nos hace falta para leer bien el mundo y ojear sus sendas.
Naturalmente, sobre esa fascinación de los caminos, la parábola de los talentos (Evangelio según Mateo 25, 14-30), nos encamina a meditar sobre la disposición de Dios, que siempre cuenta con nosotros, y de este modo: "al que produce se le dará y tendrá en abundancia, pero al que no produce se le quitará hasta lo que tiene". Evidentemente, estamos llamados, no sólo a entregarnos, también a ser personas de voluntad. Porque?
Quien tiene la voluntad tiene el talento.
Quien tiene el talento, también tiene la sabiduría.
Abrámonos a la vida para no dilapidar las ilusiones.
Que los sueños son posibles si se trabajan a corazón abierto.
Nuestra donación al Reino de Dios, nos reclama y clama que hagamos bien la tarea de rendir los talentos que el Creador nos infundió. No hemos de tener pereza por vivir la vida desde el amor, lejos de la ociosidad del derroche o desde la indiferencia. Seamos creativos. La creatividad requiere tener el valor y la valía suficiente para desprenderse de uno mismo, para acompañar a los semejantes. Uno no es para sí, sino para los otros. Y en los demás, es donde hemos de volcar la capacidad que recibimos para hacer buenas obras. Por consiguiente…
Todos somos uno y uno somos todos.
Todos hemos de aprender a emprender obras buenas.
Al fin hemos de hacer y rehacer con los talentos un mundo nuevo.
Pues todos tenemos que responder y corresponder a las gracias recibidas.
Como vemos, por tanto, no es cuestión de quedarse sin hacer nada a esperar el Reino, todo lo contrario, hay que trabajar a destajo ante el apasionante tajo de la vida y hacerlo colectivamente. Entiendo que es cosa mía pensar en el ser humano, mientras creo que es cosa de Dios pensar en mí, en medio de tantos parlanchines empeñados en demostrar que no valemos nada, cuando en realidad todos valemos mucho. Quizás sería bueno recapacitar sobre los talentos que poseo, y a partir de este recogimiento sobre mis dones (los que todos tenemos), ver la utilidad y el buen obrar que puedo hacer mediante ellos. Productiva abstracción.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor