La paz es posible, es necesaria: construir la paz en lo cotidiano ? editorial ECCLESIA
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La paz es posible, es necesaria: construir la paz en lo cotidiano
Un siglo después de que la hermosa ciudad de Sarajevo se convirtiera en el polvorín del que prendió la I Guerra Mundial, y dos décadas después de que los horrores de la Guerra de los Balcanes destrozaran, de nuevo, la ciudad y sembraran muerte y destrucción por doquier y cicatrices profundas y lacerantes en el corazón de los sobrevivientes, la llamada "Jerusalén de Europa" ?en referencia a su abigarrado mosaico humano integrado por musulmanes, judíos y cristianos-, puede convertirse en una parábola de paz, de convivencia, respeto y fraternidad, más allá y desde sus diferencias étnicas, religiosas y sociales.
Por eso, el Papa Francisco ha elegido, de nuevo, una periferia geográfica, eclesial y cultural como la capital de Bosnia y Herzegovina para realizar una visita apostólica de doce intensas, apretadas, conmovidas, conmovedoras, gozosas y esperanzadoras horas, en el caluroso sábado del 6 de junio de 2015 (páginas 35 y 36).
¿Y a qué ha ido Francisco hasta este remoto y olvidado rincón de Europa? Él mismo ha dicho y repetido: "Para alentar este camino de convivencia pacífica entre pueblos diferentes; un camino fatigoso, difícil, ¡pero posible!". Posible y necesario. Porque la paz es la única alternativa. Porque la paz es "el sueño de Dios, el proyecto de Dios para la humanidad, para la historia, con toda la creación". Ha ido a Sarajevo para que esta ciudad se convierta en símbolo, en realidad de la parábola de la paz.
La paz no solo se construye en los despachos de los poderosos de este mundo, ni en las estrategias de sus Gobiernos, diplomacias, intereses económicos y ejércitos. La paz se construye entre todos y es una obra artesanal que requiere paciencia, tesón, pasión, confianza y determinación. La paz se construye en lo cotidiano, y se hace pasando de "una cultura de confrontación, de guerra, a una cultura del encuentro".
Para ello, son necesarias, al menos, tres grandes actitudes. La primera es tomar conciencia de la gran idolatría de la guerra, de la violencia, del comercio de armas, del rencor, del odio. La paz es don de Dios. Con palabras del apóstol Pablo, hemos de dejarnos reconciliar por Dios para ser después artífices y testigos de la paz. Sin la verdad del Dios de la paz, del perdón y de la reconciliación, no hay paz, y la ausencia de paz es obra del maligno "Solo cuando el ser humano se deja reconciliar con Dios, puede llegar a ser constructor de paz". Sin Dios, ignorando o pretiriendo a Dios, adulterándolo, mediante el fundamentalismo, la intolerancia y la violencia, no hay paz, no se construye la paz.
Tampoco hay paz sin justicia, sin derechos humanos, sin desarrollo integral para todos, sin igualdad de oportunidades y su correspondiente reconocimiento efectivo por parte de las leyes. La verdadera justicia -recordó Francisco en Sarajevo- "es hacer a esa persona, a ese pueblo, lo que me gustaría que me hiciesen a mí, a mi pueblo".
En tercer lugar, la paz nace del diálogo, de la comunicación. "Descubrir las riquezas de cada uno, valorar lo que nos une y ver las diferencias como oportunidades de crecimiento en el respeto de todos. Se necesita un diálogo paciente y confiado, para que las personas, las familias y las comunidades puedan transmitir los valores de su propia cultura y acoger lo que hay de bueno en la experiencia de los demás". Un diálogo con todos y entre todos. Un diálogo que es escucha, acogida, benevolencia, capacidad y disposición de comprensión, humildad. Un diálogo, con un corazón libre de temores y rencores.
Un diálogo que obliga singularmente a las religiones y a todos los creyentes (cf. Evangelii gaudium, 250). "El diálogo interreligioso, antes incluso de ser una discusión sobre los grandes temas de la fe, es "una conversación sobre la vida humana". En él se comparte el día a día de la vida concreta; se asumen responsabilidades comunes; se proyecta un futuro mejor para todos. Se aprende a vivir juntos, a conocerse y aceptarse con las propias diferencias. En el diálogo se reconoce y se desarrolla una convergencia espiritual, que unifica y ayuda a promover los valores morales, la justicia, la libertad y la paz. El diálogo es una escuela de humanidad y un factor de unidad, que ayuda a construir una sociedad fundada en la tolerancia y el respeto mutuo".