El signo de la unidad, también en la CEE, hace más fecunda la misión evangelizadora
Madrid - Publicado el - Actualizado
4 min lectura
El signo de la unidad, también en la CEE, hace más fecunda la misión evangelizadora
Monseñor Ricardo Blázquez Pérez, arzobispo de Valladolid, es el nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE). Sin margen para las sorpresas, los obispos españoles se decantaron hacia quien ya ocupó el cargo en el trienio 2005-2008 y ha sido su vicepresidente en los seis últimos años. Y lo han hecho de modo muy mayoritario, casi ?en términos periodísticos- plebiscitario… La suya ha sido, con toda probabilidad, la elección presidencial más holgada del casi medio siglo de historia de la CEE.
La elección de monseñor Blázquez se ajusta, a nuestro juicio, a una triple razón o motivación. En primer lugar, desde la continuidad, los obispos han optado por la renovación, una renovación serena. Una renovación que venía, además, impuesta por los estatutos de la CEE y por el mismo "reloj" vital o cronológico de las personas. Una renovación que, a su vez, se inserta adecuadamente en el perfil del pastor que el Papa Francisco subraya para la Iglesia (ver páginas 26 a 29). En este sentido, encontramos, sin duda, la segunda de las razones de la elección: el talente del monseñor Blázquez. Su moderación, cercanía, sencillez, afabilidad, bondad, dilatada experiencia episcopal ?casi 26 años y en cuatro destinos distintos- e indudable valía y cualificación intelectual y teológica. Para un cambio tranquilo y sereno, ¿qué mejor que una persona serena y tranquila? Para un cambio, en tiempo de inclemencias secularistas, ¿qué mejor que una persona con los pies en la tierra y con una sólida formación teológica y espiritualidad y de una probada experiencia pastoral?
Los 60 votos ?de 79- obtenidos por el actual arzobispo de Valladolid hablan asimismo de unidad, comunión y consenso, premisas también espléndidas ?hasta precisas y preciosas- para la mayor y mejor credibilidad y fecundidad del desempeño de la tarea encomendada que no es otra que la misión. La misión, sí, que es el sentido y la finalidad de la Iglesia, y que es, a nuestro parecer, la tercera clave de esta elección. Una misión evangelizadora que significa poner ?seguir poniendo- a la Iglesia católica, como acaba de pedir el Papa Francisco, en estado de misión permanente y en actitud constante y empeñativa de no ahorrar esfuerzos para abrir nuevos caminos al Evangelio. Una misión evangelizadora que ha de suponer asimismo diálogo, encuentro, búsqueda, cercanía, corresponsabilidad. Y, en este sentido, los quince años de monseñor Blázquez como obispo de Bilbao pueden resultar elocuentemente significativos.
La elección del nuevo presidente de la CEE ha tenido lugar el miércoles 12 de marzo. Las circunstancias ?quizás hasta providenciales- han querido que esta, la elección, tuviera un prólogo y un epílogo en el calendario de la vida de nuestra sociedad y de nuestra Iglesia. El prólogo fue el día anterior, el martes 11 de marzo, décimo aniversario de los atentados terroristas de Madrid (el abyecto 11-M). Después de años de confrontaciones, el 11-M de 2014 se vivió en la sociedad española bajo el signo de la unidad. Cesaron los reproches y se abrió el camino de la unidad en lo fundamental como es la memoria y la atención a las víctimas. Esta Asamblea Plenaria de la CEE tuvo como preámbulo, no como acto oficial, pero sí muy participado por nuestros obispos, el funeral de Estado oficiado en la catedral de la Almudena (ver páginas 18 y 19). ¿Será decir demasiado, extrapolar demasiado, si invocamos este gesto de unidad también en el contexto de la CEE y de sus elecciones?
El epílogo al que aludíamos en el párrafo anterior ?estamos hablando en términos coloquiales y periodísticos, obviamente no técnicos- del proceso electoral en la CEE bien podría situarse en el jueves 13 de marzo, fecha del primer aniversario de la elección del Papa Francisco. Y sin abundar ahora ? ecclesia conmemorará la efeméride la próxima semana – en el significado de la elección del Papa Francisco y su enorme y tan benéfico "efecto", creemos que no es tampoco nada disparatado afirmar que este, el "efecto Francisco", había asimismo, necesaria, gozosa y eclesiamente, de tener su reflejo también en la CEE. Sin que, como es obvio, queramos sugerir, en modo alguno, que hasta ahora no lo tuviera.
Y no queremos concluir este comentario editorial sin una palabra sincera, afectuosa, encomiástica y agradecida de reconocimiento hacia el cardenal Rouco Varela, durante doce años presidente de la CEE. Con él, la CEE ha estado en muy buenas manos.