Santo Domingo, Bernanos y la línea de sombra
Han pasado 800 años de la muerte en Bolonia de santo Domingo de Guzmán. Este aniversario me ha llevado a descubrir la pequeña biografía que le dedicó Georges Bernanos en 1928
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Han pasado 800 años de la muerte en Bolonia de santo Domingo de Guzmán. Ese aniversario me ha llevado a descubrir la pequeña biografía que le dedicó Georges Bernanos en 1928. En esas páginas está también latente el inicio del proceso de transformación vital y literaria del escritor francés. Poco a poco se fue desprendiendo del cristianismo ideologizado de sus orígenes para asumir otro cristianismo más exigente consigo mismo, de búsqueda incansable de la verdad aun a riesgo de ser incomprendido por aquellos que supuestamente compartían su misma fe.
Mi lectura de Bernanos se completó con una interesante homilía del dominico Jean Michel Maldamé, perteneciente al convento de Toulouse. El religioso hacía una comparación de la existencia de Santo Domingo con lo que los marinos llaman la línea de sombra. De esa línea también escribió, por cierto, ese gran novelista del mar llamado Joseph Conrad. Cuando la línea de sombra aparece ante un barco, es la señal de que el buen tiempo para la navegación ha finalizado. Según Madalmé, "quien atraviesa la línea de sombra, entra en la tempestad y afronta el poder de las tinieblas". Franquearla no solo es muestra de valor sino también la expresión del deseo de ir más allá pase lo que pase.
Muchos verían cruzar la línea como una temeridad, pero no hay otra alternativa si se quiere llegar a un destino concreto. La vida siempre implica un riesgo. El principal temor del marino no es tanto la fuerza del viento y del oleaje. Lo que produce más congoja es lo imprevisible, lo desconocido, todo aquello que se sale del reducido marco de las certezas. También ocurre en la sociedad actual y los cristianos no están libres de ello. No son muchos los que quieren ir "mar adentro" (Lc 5, 11). Esto debió de ser lo que experimentó Domingo de Guzmán, que podría haber llevado una vida apacible de canónigo en el Burgo de Osma. Podría haberse dedicado a sus amados libros, al estudio y la erudición, hasta el término de sus días.
Entre los libros de Domingo ocupaba el primer lugar la Sagrada Escritura, sobre todo el evangelio de san Mateo, hecho no sólo para estudiarlo sino también para vivirlo. La Palabra siempre interpela, si le damos oportunidad, y, tarde o temprano, es una llamada a actuar, a ir más allá de uno mismo, aunque ese ensimismamiento sea la aparentemente tranquila y reposada vida del intelecto. Pero en todo proceso de conversión hay miedo a lo desconocido, pues la imaginación agranda las dificultades y paraliza a los hombres por medio de una falsa prudencia. Recordemos que para el cristiano siempre será falsa la prudencia que no tiene en cuenta ni la fe ni la caridad.
Domingo empezó a cruzar la línea de sombra cuando vendió sus libros para socorrer a los pobres, o cuando sus ojos y su espíritu se abrieron a la triste realidad de la Iglesia en el sur de Francia a principios del siglo XIII, en un momento en que la secta de los cátaros se presentaba como alternativa de pureza y autenticidad a la corrupción y el abuso de poder de muchos eclesiásticos. Descubrió además que otra de las causas de la situación era la ignorancia de la doctrina por parte del clero y de los fieles. En no pocos lugares la predicación se había reducido a un monótono recitado del Credo y del Padrenuestro. Surgiría así la orden de predicadores, que combina la contemplación y la actividad apostólica. Sin embargo, Domingo carecía de un plan establecido. Se asió a la confianza en Dios para atravesar la línea de sombra.
Georges Bernanos cruzó su propia línea de sombra, e inició una compleja travesía humana y literaria que culminó en 1948 en su obra teatral "Diálogos de carmelitas", terminada poco antes de su muerte. En dicha obra la virtud cristiana, cimentada sobre el amor, se eleva sobre la virtud ideológica que pretende construir un mundo mejor por medio de la fuerza. Al cruzar la línea de sombra, Bernanos entregó a los demás, por decirlo con una expresión de santo Tomás de Aquino, los frutos de su propia contemplación.
En su obra sobre santo Domingo, nuestro autor contrapone a los santos con "los hombres de genio". De ellos solo importan sus obras y, por tanto, hay mucho de puesta en escena, aunque la imagen externa sea de independencia y espontaneidad. Los hombres de genio hacen alarde de sus pasiones, pero, como subraya Bernanos, "no hay nada más monótono que una pasión que se repite miserablemente". En contraste, la obra de los santos es su vida entera. Los santos siempre son más transparentes que los hombres de genio.