Santoral

San Ireneo de Lyón, obispo mártir por su Fe

La importancia de vivir la Fe supone sentir a Dios que nos confirma para que confirmemos, a su vez, a los demás. Hoy celebramos a San Ireneo de Lyón, cuya trayectoria siempre marcó el servicio a la Palabra de Dios hasta sus últimas consecuencias.Su nacimiento se sitúa hacia el año 130 y formó parte del grupo de seguidores de San Policarpo, Obispo de Esmirna que, a su vez, fue discípulo del Apóstol San Juan.

Y en esta ciudad se educó hasta que el Prelado le mandó a Las Galias. Una vez allí, y más concretamente en Lyón, se ordena sacerdote en medio de un ambiente de cruel y cruenta persecución a los cristianos. Pronto será enviado como Legado a Roma para suplicar al Papa Eleuterio que trate el tema de los montanistas. Estos herejes surgieron de la mano de Montano, un hombre de Frigia que se autoproclamó profeta.

En sus profecías aseguró que cualquier pecado mortal cometido alejaba de Dios de tal forma que ni el Sacramento de la Reconciliación lo podía perdonar, al tiempo que anunciaba como inminente la Segunda Venida de Cristo. Por entonces Ireneo fue elevado a la Sede Episcopal Lyonesa, en un momento en el que el gnosticismo de Marción, había impactado en las filas cristianas, señalando que el Dios del Antiguo Testamento es distinto del Dios Neotestamentario.

Promovía también que habría almas destinadas a la condenación, anticipándose a la doctrina de Calvino sobre la predestinación. El Obispo de Lyón refutó tal desviación en su Tratado contra los herejes. Muere mártir en torno al año 200, destacando su frase “La gloria de Dios es que el hombre viva”. San Ireneo de Lyón forma parte de ese grupo llamado “apologetas”. Estos se dedican a defender la Fe de los ataques y desviaciones que surjan.


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