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La Santidad que Cristo mandó llevar desde el Evangelio cundió en todos los rincones del mundo. Buena prueba de ello es Santa Mariana de Jesús de Paredes cuya festividad celebramos hoy, y que encontró la Fe en su lugar al otro lado del Océano en el Nuevo Continente. Nacida en Quito (Ecuador) el 31 de octubre del año 1618, es hija de capitán español y madre procedente de la alta nobleza. Una gran prueba fue el quedarse huerfana, hecho que ocurrió cuando ella contaba con sólo 7 años de edad.
Su hermana mayor -que estaba casada con el capitán Cosme de Miranda- se hizo cargo de ella. La Fe estaba dentro de su corazón. De hecho siempre se le notó en la distancia. La ayuda espiritual y humana del jesuita Juan Camacho le hizo ver que Dios le pedía renunciar a cualquier pretensión de matrimonio para abrazar la vida consagrada desde la virginidad perpetua. No miró en ningún Monasterio. Simplemente se encerró en su casa y comenzó a meditar las palabras del Señor.
Concretamente donde dice “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su Cruz y me siga”. Para llevar a plenitud se mortificó en la comida, la bebida y el sueño. Fue una verdadera misionera entre los indios mainas, al tiempo que ejerció su caridad auténtico entre enfermos y necesitados de cualquier clase. Un día ingresa en la Tercera Orden de la Penitencia de San Francisco. Era hechura suya.
Y era un donde Dios como el de Consejo que le había concedido el Espíritu Santo. Así aportó grandes ideas a quienes le rodeaban. También lograba poner paz donde había discusiones. Un día en Misa, el sacerdote ofreció su vida por las víctimas de un terremoto que había asolado ese lugar. Pero ella se ofreció alegando que el presbítero debía salvar muchas almas. Santa Maeriana de Jesús de Paredes muere el año 1645.