San Martín de Porres
Santo por sus tareas domésticas en el convento, nació en Perú casi un siglo después de que Colón pisase tierras del Nuevo Mundo
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Una de las cosas más importantes en un Santo es la sencillez para reconocer que no todo lo hace bien y que el que lleva toda obra buena a término es Dios. Esto le sucede a San Martín de Porres que celebramos hoy. Nació en Perú casi un siglo después de que Colón pisase tierras del Nuevo Mundo. En una de esas expediciones un hombre de Burgos casa allí con una mujer panameña de cuyo matrimonio nacerán dos hijos. Uno de ellos es Martín, un niño mulato.
De pequeño es muy avispado y ayuda en las tareas del hogar intentando ser el hombre de la casa. Pero desde siempre siente un gran amor por Dios y una ternura fuerte hacia la Virgen. El padre se encuentra visitando las posesiones de España y no puede atenderles. Martín se hace barbero con todo lo que conlleva el oficio. No hablamos de alguien que corta el pelo o afeita. Es mucho más que eso porque también acuden a él cuando hay que extraer una muela.
La dulzura con que ejerce su cometido hace que la gente vea cómo hace con gran gusto su trabajo. Pero Martín cree que todavía puede hacer más feliz su propio corazón y a los demás. Por allí está el Convento de los dominicos del Rosario y, no sabe por qué, pero cree que su lugar está ahí dentro. Prueba y comprueba que su puesto no es el de sacerdote, pero sí dominico lego.
Tras un momento de prueba, es admitido en el Convento. Pero su idea no es ser alguien importante, sino servir a Dios y, por Él, a los otros. La despensa, la manutención y la limpieza. Siempre es característico su imagen con la escoba porque, del hecho, se le llamó Fray Escoba porque ese era el modo de vivir su fe. El convento está cambiado con él. Su buen humor para aceptar todo cuanto le tocase hacer marca a quienes le conocen y da esa impronta de sal de vida en el convento hasta su muerte ocurrida en 1639.