La labor de la Iglesia en las residencias de ancianos: "Buscan compañía antes que curarles enfermedades"

El programa de TRECE, 'Solidarios por un bien común', viaja hasta Toledo y Asturias para conocer el magnífico trabajo de los voluntarios y los profesionales con este colectivo

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Santiago Tedeschi Prades

Publicado el - Actualizado

7 min lectura

Durante esta pandemia del coronavirus que tanto nos atenaza, las residencias de ancianos han sido las más golpeadas. Sin embargo, hay más de 800 centros dedicados a los ancianos y proyectos de la Iglesia que con mucho esfuerzo y sacrificio intentan combatir otro problema social, la soledad. Una labor que TRECE ha abordado en el tercer episodio de “Solidarios por un bien común”. Un programa que nos hace ver cómo la Iglesia está detrás de cada uno de nosotros, hasta en los momentos y en las edades más complicadas.

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Residencia Santa Casilda en Toledo

En Toledo conocemos en este programa la Residencia Santa Casilda, un ejemplo de centro que se dedica a cuidar a los mayores. Sor Cristina, Hermanita de los Ancianos Desamparados, subraya que “la misión principal es la asistencia, la atención corporal y espiritual de los ancianos que son acogidos en nuestras residencias”. Por los pasillos nos encontramos a la Madre Superiora María Luisa, que en lugar de permanecer en la oficina, controla por los pasillos del centro que todo funcione correctamente: "La Madre Superiora tiene la labor de coordinar la casa y eso es lo que intento hacer”.

Isabel, por su parte, tiene 96 años. Después de 22 años en la residencia, tiene claro que "nadie ha estado tanto tiempo en un sitio en el que no está a gusto. Ahora me voy a un sitio donde cosemos y paso allí la mañana”, explica.

Entre los profesionales que trabajan en la residencia está Rebeca, terapeuta ocupacional que precisa que "trabajamos algunos días todo lo que se refiere a la memoria y, otros días, hacemos psicomotricidad. Trabajamos con plastilina, ganchos o pinchos para que puedan fortalecer su fuerza en los dedos”. Ella cree que "trabajar con personas mayores es vocacional, y trabajar en una residencia católica tiene mucho sentido ,porque ellos mismos tienen una forma de ver la vida de manera distinta y eso se nota mucho”.

Otra figura profesional es Nazaret, fisioterapeuta de la residencia. Ella se ha criado con sus abuelos y desde pequeña "la geriatría me atraía bastante. Aquí en Santa Casilda somos todos una gran familia y me gusta mucho estar aquí, me hace ser feliz”. Sor Cristina insiste en que "la principal demanda del anciano es el cariño, y la mayor carencia es la soledad. Aquí tenemos una hermana que está cuidando de ellos 24 horas, esa seguridad es lo que quizás ellos más demandan".

La figura del médico en una residencia de ancianos cambia mucho tal y como revela el propio doctor de la residencia: "En parte, la consulta médica es como un paréntesis que tienen en su día a día, de poder contar un poco lo que les pasa. Aquí es más importante escuchar que los medicamentos. Sor Cristina subraya la importancia de tener un médico, y "tenerlo también desde el concepto de la visión cristiana de su profesión".

Entre las voluntarias que participan en la vida de la residencia está Loli, la peluquera de la casa. "Desde los 14 años he estado trabajando como peluquera. Vengo cuando puedo y estoy unas horas. Estoy muy agradecida porque ellas me dan más de lo que yo doy. Yo no me jubilo porque si Dios no se jubila, yo tampoco. Las personas mayores han llegado aquí con mucho mérito, con su vida vivida y el aguante que tienen, la aceptación de su enfermedad y lo que esperan es cariño, cuidado, las acaricias, y todo eso vale mucho”.

Otra voluntaria es María José, que ha sido toda la vida enfermera y que, antes de entrar en la residencia como voluntaria, las personas mayores "no me gustaban porque me daban mucha pena. Pero decidí hacer un sacrificio y llevo aquí más de 25 años. Ellos lo único que te demandaban es conversación”.

Para finalizar la visita a la residencia, hemos hablado con María Jesús, la hija de un padre que falleció en esta residencia de Santa Casilda. Ahora trabaja como voluntaria: “Aquí encontrábamos la posibilidad de estar en casa aun siendo una residencia por la flexibilidad de horarios a la hora de estar con él, por los valores que mi padre había vivido toda su vida, por la amabilidad en el trato”. Nos confiesa que "hemos estado casi dos años viniendo a darle la cena cada noche. Nos hemos sentido en casa y sigo colaborando como puedo en la residencia".

La última persona que visitamos es el Padre Miguel Ángel, que colabora con la residencia ofreciendo su servicio como sacerdote. Nos comenta que “el mensaje más común a la hora de dirigirme a los ancianos son palabras de ánimo y ayudarles a vivir la última etapa de su vida con el Señor, con la fe, que la verdad les sea un consuelo”.

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Proyecto 'Punto de Apoyo'

Desde Toledo viajamos a Asturias, concretamente a Gijón, para conocer el proyecto 'Punto de apoyo'. Una iniciativa de los Hermanos Capuchinos que trabajan en la Parroquia de San Antonio de Padua con más de 60 voluntarios. Un proyecto cuyo objetivo es acompañar a los mayores y a combatir la soledad. La responsable del proyecto nos dice que “contando el último censo que hicimos son más de 300 ancianos que participan en este proyecto”. Nos confiesa además que tienen "el testimonio de personas que vivían solas, aisladas y llenas de tristeza que nos han dicho que 'Punto de apoyo les cambió la vida'.

'Punto de Apoyo' abarca actividades de animación para mayores, talleres de salud y la prevención de la dependencia. Tienen también la colaboración de expertos que dan charlas informativas al público en general, con temas relacionados con el mundo de los mayores y luego dan formación a los voluntarios que se quieren dedicar al cuidado de este colectivo.

Otra de las voluntarias nos confiesa que “la soledad es mucho más frecuente de lo que pensamos, y se está convirtiendo en la enfermedad de la tercera edad". Lo importante es “ser consciente de que esa realidad existe. Hay quien dice que las personas ancianas son invisibles para el resto de la sociedad, como si no existieran. A veces pueden ser vecinos nuestros”. En este proyecto, lo más bonito que puede pasar es que nazcan amistades porque así pueden quedar "luego para pasear y tomarse un café”.

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La labor de Don Enrique en el Valle de Turón

Don Enrique es párroco en el Valle de Turón lleva nueve años de sacerdote. Tras cursar sus estudios en Roma, la Diócesis de Oviedo le mandó hasta aquí. Enrique nos confiesa que ha sido todo un regalo "no solo del paisaje sino del paisanaje". Este valle es una tierra de mineros y por eso siempre dice que "la experiencia ha sido buena porque donde hay un minero hay una persona acogedora. Hay hospitalidad, nobleza, un sentido del bien común de ayuda mutua. Nadie es ajeno a la vida de los demás”.

Nos confiesa que ha tenido dos encomiendas cuando lo mandaron aquí: "Formar comunidad y salir hacia fuera para acompañar a todas esas personas que necesitan de nosotros para paliar la soledad". Y estamos en ello porque "sea lo que sea nosotros queremos estar donde hay debilidad". A muchas personas "les hemos quitado de la depresión y eso para mucha gente ha supuesto volver a nacer". Don Enrique intenta paliar desde la parroquia situaciones que se hacen difíciles: "Yo creo que la parroquia es lo que tiene que hacer", nos dice el párroco de este valle.

El sacerdote lleva una red de personas que ayudan a la misma gente del pueblo para cocinar, ayudarles en los papeles burocráticos que tengan que hacer. Agradecer simplemente que “estamos allí un rato hablando con ellos” cuenta una de las voluntarias. "Entrar en la intimidad de un corazón es una gran enseñanza para los que estamos en este apostolado" nos comenta Enrique. "Es muy fácil dar un alimento, pero ofrecer mi tiempo es sagrado, y si no lo hacemos nosotros no lo va a hacer nadie", confiesa este párroco que no para de ayudar a los más necesitados.

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