Cádiz, sus tesoros secretos y el robo de las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides

Ese Cádiz que forma parte de la mitología, centro neurálgico para fenicios y romanos, de cuyo puerto partió Colón en dos de sus viajes camino del Nuevo Mundo

Cádiz, sus tesoros secretos y el robo de las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides

Ana L. Quiroga

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Dicen de Cádiz que, con más de tres mil años, es la ciudad europea más antigua de la que se tienen escritos, que formó parte de la mitológica Atlántida y que fue el lugar donde estuvo el Jardín de las Hésperides con manzanos repletos de manzanas de oro que proporcionaban la inmortalidad a quien las comiera.

Cuenta la leyenda que ese huerto fue un regalo de bodas a la diosa Hera cuando se casó con Zeus y que las Hespérides, junto con un dragón, fueron las encargadas de vigilar aquel jardín para que nadie más que los dioses pudieran gozar de sus frutos. Hércules, en el undécimo de sus 12 trabajos mitológicos, robó todas las manzanas, tras lo cual los árboles se secaron y el lugar perdió su magia y se fundió en el olvido.

Hércules, ese semidiós del que se dice que está enterrado bajo los cimientos del cercano castillo de Sancti Petri es ahora el protagonista inmortal del escudo de Cádiz, en el que aparece entre dos columnas que formarían parte de la puerta que marcaba el límite de todo el mundo conocido en la antigüedad y cuyas bases estarían en el Peñón de Gibraltar y en el Monte Hacho en Ceuta.

Cádiz, sus tesoros secretos y el robo de las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides

Donde hoy se levanta desafiando al mar el Castillo de San Sebastián, cuentan que estuvo el mítico Faro de Gades, que advertía a los marinos del fin del mundo conocido y el comienzo del mar tenebroso y que va más allá de la leyenda, tal como parecen demostrar unos grabados encontrados recientemente y que muestran un faro singular, de forma cónica y escalonada que se correspondería con el de Gades que, según antiguos escritos, tendría una altura superior a los 100 metros. La leyenda cuenta que, en lo alto, destacaba una gigantesca figura de oro, con una mano extendida en la que sostenía dos llaves y un bastón. Sería en pleno siglo XII, cuando Ibn Maimún, un ambicioso almirante almorávide, se apropió de la estatua de oro y destruyó el faro buscando el legendario tesoro que se guardaba en su interior y que nunca encontró.

Ese Cádiz, que forma parte de la mitología, centro neurálgico para fenicios y romanos, de cuyo puerto partió Colón en dos de sus viajes camino del Nuevo Mundo, fue objeto de la codicia destructora de piratas de todo pelaje y aunque soportó estoicamente los ataques de Barbarroja, terminó sucumbiendo a los de Francis Drake que saqueó y arrasó la ciudad.

Cádiz, sus tesoros secretos y el robo de las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides

Hoy, nos siguen sorprendiendo las decenas de inconfundibles torres vigía, como testimonio de su época de mayor esplendor, como puerto único en el que se recibían todas las mercancías llegadas de las Indias, unas torres desde las que los comerciantes oteaban el mar para ver como sus barcos se aproximaban a la costa y recibir las señales que les enviaban desde ellos para hacerles conocer las mercancías que trasportaban. De entre todas ellas, solo una, “la bella escondida” llamada así porque en la actualidad apenas se puede apreciar desde el suelo y hay que observarla desde lo alto, dicen que tenía un fin diferente al de vigilancia. Cuentan que la hizo construir un rico comerciante para que su única hija, ingresada en el Monasterio de la Piedad, pudiera seguir viendo una parte de su casa por encima de las otras circundantes.

Visto desde arriba, destaca la Catedral Nueva, que nació con la intención de que sus torres sobrepasaran en altura a la mismísima Giralda y que, aunque se quedaron justo a mitad de camino por falta de fondos, es uno de los lugares más fascinantes de la ciudad con su cúpula dorada y sus muros tan cerca del mar que si en los días de vendaval se apoya la mano sobre sus paredes se puede sentir el embate de las olas.

Cádiz, sus tesoros secretos y el robo de las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides

Vista desde el mar, testigo de la histórica Batalla de Trafalgar, la imagen inconfundible de La Caleta, se ha convertido en un símbolo inequívoco de este Cádiz de renombres evocadores como “la sirena del Océano” como la denominó Lord Byron o “Tacita de plata” como la llamaron por el brillo del sol en sus cúpulas que recordaba las tazas de plata pulida y que, seguramente sería lo último que retendrían en su mirada los españoles que se embarcaban hacia el Nuevo Mundo donde crearían espacios que les recordaran la tierra que dejaban atrás y que, en algunos casos como La Habana, se convertían en un espejo de este Cádiz luminoso con El Mentidero, La Viña, Puerta Tierra, la Alameda… y que tan bien queda reflejado en las Habaneras de Cádiz que cantaron Carlos Cano y María Dolores Pradera: “La Habana es Cádiz con más negritos, Cádiz es la Habana con más salero”.

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