Cantavieja, de la Prehistoria a “los testículos de Adonis” y “las manzanas de las hadas”

Cantavieja, de la Prehistoria a “los testículos de Adonis” y “las manzanas de las hadas”

Ana L. Quiroga

Publicado el - Actualizado

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La impronta dejada en lugares como la Cueva de los Toros, cuando el Homo Neanderthal y el Homo Sapiens luchaban por su respectiva supervivencia, ya fundaron asentamientos en las proximidades de un peñón calizo en el corazón del Maestrazgo que, según dicen, mucho tiempo más tarde, en el siglo III a. de C. el general cartaginés Amílcar Barca, convirtió en fortaleza con el nombre Cartago Vetus, cuando cruzaba la península ibérica camino de Italia para luchar en la Primera Guerra Púnica.

Hoy, ese lugar en el corazón de Teruel, testigo y parte de nuestra historia desde la noche de los tiempos, recibe el nombre de Cantavieja, en honor a una valerosa anciana que, tocando un tambor, aparece en el escudo de la localidad.

Cuenta la leyenda que, durante un asedio, toda su población resultó terriblemente diezmada a causa de una peste. Todos murieron, excepto una anciana que, subida a la torre vigía, estuvo entonando cánticos y tocando campanas durante muchos días con sus noches, para que el enemigo pensara que había muchas personas vivas y no invadieran el pueblo y aguantar así hasta que llegaron los refuerzos. En honor a la valiente anciana, la localidad pasaría a llamarse Cantavieja.

Cantavieja

Cantavieja (Foto cedida por el Ayuntamiento de Cantavieja)

Convertida en fortaleza con la ayuda de la propia naturaleza que la rodeó de precipicios y acantilados, fue refugio de los caballeros templarios que llegaron a resistir durante ocho meses al inmisericorde asedio al que los sometieron los soldados del Reino de Aragón; terminó en manos de la Orden de Jerusalén y fue testigo y víctima de las Guerras Carlistas, cuando el general Ramón Cabrera, conocido por su crueldad como “El Tigre del Maestrazgo”, la convirtió en Comandancia General, un periodo del que da testimonio el Museo Carlista que hoy podemos visitar en este lugar.

Conquistada y arrasada en distintas etapas, lo que queda de su muralla y castillo, nos habla de su grandeza de tiempos pasados, mientras su torre vigía se mantiene en pie, como poderosa proa de un barco navegando en tierra con los pies bañados por el río Cantavieja y convertida en la recogida ermita del Calvario.

Paseando por sus calles, sorprenden su plaza porticada, la Iglesia de la Asunción, la de San Miguel y extramuros, la ermita de San Juan del Barranco.

Cantavieja

Cantavieja (José Antonio Portero)

En ese entorno privilegiado nace un producto legendario, la trufa negra que los antiguos griegos consideraban un regalo de los dioses; de la que Plutarco decía que eran “las hijas del rayo” porque crecían después de las tormentas; a las que Plinio definió como “callosidades de la tierra que son un verdadero milagro de la naturaleza porque, sin semillas, nacen de las tempestades” y que George Sand denominó “las manzanas de las hadas”.

Otra leyenda más truculenta habla de que algunas mujeres, seducidas por la belleza de Adonis, pero agraviadas porque no les hacía caso, decidieron cortarle los testículos y enterrarlos. De aquellos testículos nacerían las trufas y, sea por la leyenda o por su semejanza con los testículos humanos, ese fue el nombre que recibieron durante siglos “testículos de Adonis”.

Hoy, la trufa es un codiciado elemento gastronómico y algunas llegan a pesar casi medio kilo, como la que, con sus 445 gramos, consiguió el segundo premio a la de mayor tamaño presentada en la Feria de la Trufa de Vera de Moncayo y que fue recolectada, precisamente en Cantavieja.

Cantavieja

Cantavieja (José Antonio Portero)

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