Pedraza, fascinación medieval entre velas, historias de niños encarcelados y fantasmas de enamorados
Adentrarse por la Puerta de la Villa, único punto de entrada y salida de ese pueblo, es sumergirse de lleno en un ambiente medieval
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Adentrarse en Pedraza (Segovia), por la Puerta de la Villa, único punto de entrada y salida de ese pueblo, es sumergirse de lleno en un ambiente medieval en el que resulta muy fácil imaginar a los caballeros saliendo con sus armaduras hacia alguna batalla o a los nobles, acomodados en los balcones de sus casas blasonadas de la Plaza Mayor, para disfrutar de espectáculos taurinos que, según las crónicas de esa localidad, se celebran allí desde el siglo XVI.
Nada más traspasar la Puerta De la Villa, nos encontramos con la cárcel. Cuentan que estaba situada justo ahí, al lado mismo de la única entrada, porque en caso de que el pueblo fuera atacado, los presos serían los primeros en sufrirlo y dicen que incluso había órdenes de lanzarlos desde la torre contra los enemigos para intentar detenerlos.
Dentro de Pedraza, contemplar las piedras seculares de sus palacetes y visitar la Iglesia de Santa María o la de San Juan, es una delicia y pasear sus calles todo un espectáculo, sobre todo los dos primeros fines de semana de julio, cuando celebran las “noches de las velas”, con miles de cirios encendidos que le dan un aspecto mágico que nos transporta a tiempos pasados.
Al otro extremo de la Puerta de la Villa, recortándose contra un horizonte de paisajes impresionantes, está el castillo, imponente, propiedad de los herederos del pintor Ignacio Zuloaga que lo compró allá por 1925 para convertirlo en su hogar y taller de pintura. En su interior, se encuentra el Museo Ignacio Zuloaga, con una reducida pero bellísima muestra de sus obras y algunas otras de grandes genios de la pintura.
Naturalmente, un castillo así, tiene mucha historia y muchas historias. Si sus piedras pudieran hablar, nos contarían como tras sus muros estuvieron prisioneros dos niños, dos príncipes franceses a los que su padre Francisco I, entregó como rehenes a cambio de su propia libertad.
Cuenta la historia que Francisco I de Francia, derrotado por Carlos V, recuperó su libertad con la condición de que entregaría a sus dos hijos Francisco y Enrique, como garantía de que cumpliría el Acuerdo de Madrid que había firmado con el emperador.
Cuando Francisco I llegó de vuelta a Francia, decidió no respetar lo firmado y aquellos niños de 8 y 7 años, sus hijos, permanecieron, durante 4 años como prisioneros, sin poder salir de este castillo y cuentan que, para evitar que pudieran hacerlo, los guardianes cerraban la puerta cada vez que ellos paseaban cerca.
Eso forma parte de la historia, pero un lugar así, tampoco podía abstraerse a lo legendario. Cuenta la leyenda que hace siglos, vivía en Pedraza una chica llamada Elvira, enamorada de Roberto, un amigo de la infancia. Sancho de Ridaura, señor del castillo, consiguió convencerla para que rompiera con Roberto y se casara con él, así que, el chico, resignado, buscó consuelo en un convento.
Años más tarde, cuando Sancho estaba a punto de irse a la guerra, mandó llamar a un fraile para que le diera su bendición y, ¡cosas del destino!, el fraile que le enviaron era Roberto que, con Sancho batallando lejos, retomó su relación con Elvira. Enterado de ello el señor del castillo, a su vuelta, mató al fraile con una corona de espinas al rojo vivo. Elvira, desesperada por haber perdido a su gran amor, se quitó la vida después de incendiar el castillo.
Cuentan que todavía ahora, cuando los últimos rayos de sol tiñen el cielo de rojo, se puede ver la silueta de los dos enamorados cogidos de la mano recortados contra un horizonte que, en los atardeceres del verano, parece envolver el castillo con lenguas de fuego.