Alemania celebra en segundo plano el final de la I Guerra Mundial

De madrugada y en un vagón de tren estacionado en el bosque de Compiègne, los representantes de las potencias aliadas firmaron el armisticio con Alemania

Soldados alemanes en un refugio durante la Batalla de Verdún

Rosalía Sánchez

Publicado el - Actualizado

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En la madrugada del 11 de noviembre de 1918, en un vagón de tren estacionado en el bosque de Compiègne, los representantes de las potencias aliadas firmaron el armisticio con Alemania. La rendición de Alemania y la firma de ese documento ponían fin a la Primera Guerra Mundial, que durante cuatro años y tres meses había movilizado más de sesenta y cinco millones de hombres y causado nueve millones de muertos en los campos de batalla, a los que sumar otros  seis millones y medio de inválidos de guerra, más de cuatro millones de viudas y al menos el doble de huérfanos.

En Alemania, el horror del Holocausto cobra el principal protagonismo en las celebraciones del centenario. 

El Parlamento alemán recuerda el 11 de noviembre, en una ceremonia solemne, la declaración de la primera república alemana, el 80º aniversario del brutal programa nazi contra los judíos conocido como la Noche de Cristal y el 29 aniversario de la caída del Muro de Berlín, pero el tono no es festivo, sino fúnebre. Casi como cuestión secundaria, el edificio del Bundestag ofrece una exhibición artística en su vestíbulo titulada “1914/1918 - Ni entonces, ni ahora, ni nunca”.

La falta de conmemoraciones más vistosas está relacionada con el hecho de que el armisticio del 11 de noviembre no trajo la paz a este país, sino significó la caída de la monarquía constitucional, revoluciones y enfrentamientos entre la derecha y la izquierda más radicales. También significó años de hiperinflación, hambre y pobreza, las condiciones que ayudaron el ascenso de los nazis al poder en 1933.

“Alemania es un país que basa prácticamente toda su narrativa nacional en la derrota de 1945″, explica el historiador Daniel Schoenpflug, del Instituto Friedrich-Meinecke, que acaba de publicar “A World on Edge” (Un mundo al borde de un ataque de nervios) y que justifica que en Alemania no realice un gran despliegue conmemorativo. Pero eso no quiere decir que no se haga memoria.

Hace justo un año, a modo de aperitivo de este centenario, Macron y Steinmeier recordaron juntos a los millones de muertos que causó la contienda entre 1914 y 1918, con la apertura del primer museo binacional sobre el conflicto cerca de la ciudad francesa de Colmar. En esta ocasión y como reflejo del estilo de vida que ha ido cuajando en la Europa que disfruta ya de siete décadas seguidas sin guerra, Macron iniciará tras el concierto una maratón que transcurre por once departamentos franceses del este y norte del país en los que se produjeron hechos clave de la guerra, como Verdún y Reims. 

Tras reunirse con la canciller alemana, Angela Merkel, en Compiègne, el acto principal tendrá lugar en París, bajo el Arco del Triunfo, al que están invitados 60 jefes de Estado y de Gobierno. En esa reunión, a diferencia de anteriores aniversarios redondos, flotará en el aire una nueva incertidumbre sobre el futuro de Europa, sembrada por el surgimiento de fuerzas políticas euroexcépticas por todo el territorio de la UE y por unas relaciones trasatlánticas alteradas y que suponen un elemento de desorientación geopolítica.

El final de la I Guerra Mundial daría lugar a unos años de confusión y optimismo desorientado.

Los avances técnicos consecuencia del esfuerzo bélico y la nueva industria pusieron a disposición de la sociedad numerosos productos de consumo y comenzaron a popularizarse desde los automóviles hasta la aviación civil de pasajeros. Se extendía la electricidad y el cine y la radio daban forma ya a una revolucionaria comunicación de masas, además de un forzado reconocimiento al papel de las mujeres durante la contienda que las llevaría a ser definitivamente ciudadanas de pleno derecho.

En ese ambiente de optimismo, en el que el capitalismo creyó ganada la batalla, nadie oteaba lo que solo veinte años después supondría la mayor derrota de la Humanidad en este continente.

El teólogo Ernst Troeltsch Anfang escribió que había llegado “un periodo de ensueño, en el que quedan colgadas las armas y donde cada uno, sin condicionamientos, podrá dibujar su propio futuro pacífico, fantástico, pesimista o heroico”.

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