Madrid - Publicado el - Actualizado
1 min lectura
Hemos celebrado el Día de los Derechos Humanos, que refleja el avance universalmente compartido de la conciencia de la dignidad de toda persona. Fue el 10 de diciembre de 1948, tres años después de la terminación de la II Guerra Mundial y de la fundación de las Naciones Unidas, cuando se adoptó la histórica Declaración Universal de los Derechos Humanos que, en sus treinta artículos, recoge los derechos civiles, culturales, económicos, políticos y sociales que nos unen como comunidad internacional. La intención era que nunca más pudieran repetirse los horrores de aquel conflicto del que quedó como signo de la maldad humana una ideología, la nacionalsocialista, que llegó a la aberración de pretender exterminar a todo un pueblo.
Esta Declaración Universal no ha impedido numerosas guerras desde entonces, y tampoco impidió que el totalitarismo comunista se impusiera en muchos países. Y a pesar de todos los avances económicos y sociales experimentados, persisten secuelas y mutaciones de aquellas ideologías. No sólo eso, muchos de los principios de aquella Declaración se ven hoy desgastados y vaciados de contenido por un nihilismo que no reconoce el fundamento de la dignidad humana. No basta una Declaración formal si ésta no arraiga en la experiencia viva de la gente. Por eso la Iglesia, que saludó con gran alegría aquel acontecimiento, apela hoy a los jóvenes de todo el mundo para que testimonien el valor sagrado de toda vida humana y coloquen su dignidad y sus derechos en el centro de sus proyectos de transformación social y política.