8ª FERIA DEL PILAR
Una amable salida a hombros de Emilio de Justo no tapa otro mal espectáculo en Zaragoza
El torero extremeño cortó dos orejas dentro de una corrida floja y de escasa bravura del hierro charro de El Pilar.
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Las dos orejas que, con festiva generosidad del público, le cortó hoy Emilio de Justo al quinto toro de la tarde, con la consiguiente salida por la Puerta Grande, no fueron suficiente argumento para tapar el pobre espectáculo que se vivió un día más en la feria taurina del Pilar de Zaragoza.
Ese cuatreño fue, concretamente, el único con auténtica bravura y opciones de triunfo de un encierro mal presentado, por la acusada desigualdad de trapíos y cuajos, pero sobre todo tan vacío de energías, por falta de raza o por falta de fuerzas, que deslució casi todas las faenas.
Claro que no solo cabe echarle la culpa al "empedrado" ganadero, pues al pobre espectáculo contribuyeron también los desaciertos técnicos y/o el escaso compromiso de la terna, y más concretamente de Alejandro Talavante, el torero que, finalmente, tras las sucesivas caídas de cartel de otros compañeros, figura como torero estrella de esta última feria del año.
Ni con su primero ni con el cuarto quiso perder mucho tiempo el extremeño, después de desplazar y violentar a ambos con muletazos bruscos y descaradamente despegados, sin pulso ni voluntad de asentarlos y haciendo ostensibles gestos de queja para justificarse de cara al público, justo el día antes del mano a mano que le enfrentará mañana a su paisano Ginés Marín.
Pablo Aguado le puso algo más de suavidad y de empeño a sus faenas, primero con un colorado con hechuras y seriedad de novillo, al que ligó algunos medios pases citándolo muy en corto, y luego con un sexto sin celo alguno en los engaños y con el que tuvo buenos detalles hasta que el de El Pilar acabó de desfondarse por completo, que fue muy pronto.
Esa misma táctica lidiadora, la de citar cerca de los pitones y ligar medios pases para ahorrar esfuerzos al enemigo, fue la que aplicó Emilio de Justo con el segundo, dando así una sensación de movimiento continuo que calentó al festivo público que llenó la plaza por primera vez en la feria, hasta el punto de que se pidió ya la concesión de una injustificada oreja.
Y tal vez por eso fue que reclamaron a la presidencia, con más fuerza aún, las dos de ese quinto que salvó el honor de la divisa, a pesar de su escaso trapío. Claro que esa escasez de carnes fue tal vez la que ayudó a que el castaño repitiera con más ímpetu y entrega tras los engaños, a los que acudió siempre con prontitud.
De Justo le abrió la faena citándole de rodillas en los medios, pero tuvo que levantarse pronto, un tanto desbordado por la fuerza de un animal poco castigado en varas y al que él mismo y Aguado hicieron antes unos ligeros quites por chicuelinas.
Pero con las cartas ya boca arriba, fue el toro quien aportó una mayor emoción al enfrentamiento con la inercia de sus arrancadas y con un mayor recorrido en los muletazos del que imprimió De Justo dentro de una puesta en escena plagada de altibajos técnicos y estéticos.
Relajado y descolgado de hombros en ocasiones, más tenso en otras, el torero cacereño hizo casi toda la faena sin ayudarse con el estoque simulado, lo mismo con la izquierda que con la derecha, y con el denominador común de una ligereza de muñecas que aceleró los vuelos de la tela y hurtó poso y reposo al que, tras una estocada defectuosa, solo puede calificarse como triunfo generoso.
Y también como un agravio comparativo con la más intensa y auténtica, pero no premiada, faena de Borja Jiménez al peligroso toro de Palha de la tarde anterior.