La contundente confesión de los migrantes a un voluntario: “En nuestro país estamos muertos en vida”

La isla de El Hierro está siendo, sin duda, la más castigada por la crisis migratoria que azota a Canarias en los últimos años. Con una población que apenas supera los 11.600 habitantes, la más pequeña de las Canarias cuenta con unas infraestructuras absolutamente incapaces de hacer frente a una avalancha de migrantes que crece de manera exponencial, y que satura cualquier instalación en poco tiempo.

Según los cálculos del Gobierno de Canarias, lo peor está por llegar. Se espera que las calmas del mes de septiembre incrementen todavía más la llegada de cayucos, y las estimaciones hablan de unas 80.000 personas de aquí hasta final de 2024 en todas las islas, entre los que llegarían 8.000 menores. Un escenario que coloca a Canarias “al borde del precipicio”, tal y como confesaba en La Linterna de COPE el viceconsejero regional de bienestar social, Francis Candil.

Un chute de adrenalina

Y es que los centros de acogida están atestados, doblando en algunos casos su capacidad real. Como lo están los centros de menores, en los que, 5200 niños y jóvenes ocupan unos espacios que estaban diseñados para aproximadamente la mitad. En uno de esos centros de acogida temporal para extranjeros, conocidos popularmente como los “CATES”, trabaja como voluntario Juan Francisco Mendoza, coordinador de la Asociación de Protección Civil Valle del Golfo en la isla del Hierro. Juan Francisco es una de las personas que recibe a estos migrantes en primera línea y ha confesado hoy en Herrera en COPE Tenerife que para él supone “un chute de adrenalina tremendo, poder ayudar a estas personas”, porque, “si no les ayudo, es como si me faltara algo”.

Juan Francisco afirma que muchos de estos jóvenes migrantes afirman “estar muertos en vida en su país”, por la falta de oportunidades y por la extrema pobreza, y que “solo les queda una esperanza que es jugarse la vida para llegar hasta aquí”, porque “no les da miedo jugársela”. Eso sí, “muchos dicen que no lo volverían a hacer, aunque otros incluso han hecho el viaje dos veces”.

"Los niños me abrieron el corazón"

A pesar de todo ello, Juan Francisco confiesa que ser voluntario “me compensa, a pesar de que quitemos tiempo a nuestras propias familias, mi vida ha cambiado y si tenemos que estar, estamos 24 horas, pero hay que ayudar a estos migrantes”.

La realidad que se encuentran estos voluntarios a la llegada de los cayucos es dantesca: “Ten en cuenta que se hacen sus necesidades encima, porque tienen que permanecer quietos en los cayucos, sin moverse, sin apenas espacio para más de 100 personas”. Además, “la mayoría llegan con heridas y quemaduras producto de las horas del sol, y con el llamado 'pie de patera'”, sin olvidar que muchos llegan “desorientados y con hipotermia”.

Pero lo que más impacta a nuestro protagonista, “son los niños, porque los ves con una enorme tristeza, la mirada perdida y miedo en su rostro”. Juan Francisco confiesa que “se me abrió el corazón la primera vez que vi a un niño en esta situación”, unos niños a los que “damos juguetes y ropa, y les cambia inmediatamente la cara”.