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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Esta crisis sanitaria nos está haciendo comprender, con una crudeza acentuada por la propia magnitud de las circunstancias, que en medio de toda la gente buena que nos rodea hay una nómina nada pequeña de malnacidos. Personajes que alimentan sus propios comportamientos con el egoísmo que siempre ha guiado su existencia. Además, hemos podido comprobar que es tiempo de valientes, pero también de cobardes. Hay quienes se enfrentan a lo que les ha tocado en suerte a pecho descubierto e incluso tratan de ayudar a sus semejantes aún a riesgo de ponerse ellos mismos y a los suyos en peligro. Otros luchamos día a día para gestionar el miedo y tratamos de comportarnos de la forma más digna posible. No sé si lo conseguimos, pero al menos lo intentamos. Seguramente, nada se le puede reprochar tampoco a quienes definitivamente sucumben al pavor que provoca la presencia de un enemigo invisible.

Tener miedo forma parte de la propia condición humana. Por eso merecen nuestro reconocimiento aquellos que cada día se enfrentan a sus propios temores y salen a la calle para asegurar que sigue funcionando todo aquello que hace posible que nuestro modo de vida no se desmorone. Por supuesto los sanitarios, que están en primera línea de batalla, pero también transportistas, personas que trabajan en supermercados, tiendas de alimentación o farmacias, repartidores y otros muchos profesionales que siguen en el tajo mientras los demás estamos confinados. Por ello, precisamente por eso, resultan tan vergonzosos y vergonzantes determinados comportamientos. Provoca bochorno, rabia, desasosiego e incluso algo de pena, comprobar hasta dónde puede llegar el egoísmo del ser humano. Todos tememos al contagio o, lo que es peor, a acercar el bicho a nuestras respectivas familias y, de forma concreta, a aquellas personas que por su condición son vulnerables. Aún así, es indecente ampararse en la clandestinidad para repudiar a la puerta de su propia casa a esa gente que se expone por los demás.

Les ha sucedido en los últimos días a médicos y enfermeras en varios puntos del país, pero también a una cajera de supermercado e incluso a un carnicero gallego. Alguno de sus vecinos, amparado por la valentía del anonimato, colocó carteles para invitarlos a irse de sus propias casas, al menos hasta que dejen de estar expuestos a un posible contagio por las particularidades de su trabajo. A una ginecóloga de Barcelona llegaron a hacerle una pintada en el lateral del coche, en el garaje comunitario de su propio edificio, con el mensaje: 'Rata contagiosa'. Seguramente, alguien debería explicarle al espabilado del espray que los múridos son los primeros que dejan el barco cuando empieza a hundirse, no aquellos que se encaraman a lo más alto del palo mayor para asegurarse de que la tripulación se pone a salvo.

Escuché decir estos días que seremos “mejores” después de esta crisis. No lo creo. Serán mejores los que ya eran buenos. Seguramente seguirán igual los que siempre fueron malos. Eso si no empeoran.

Herrera en COPE

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Con Carlos Herrera

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