Schlichting: “Pecan de insensatas las que a toda costa quieren vestirse de morado y salir a manifestarse"
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¡Muy buenos días España!
Hoy tengo que hablaros de una de las entrevistas más extrañas que hice en mi vida. Fue en la ciudad de Erbil, capital del territorio iraquí autónomo del Kurdistán. Fue con persona interpuesta, porque la señora no hablaba. Nada, ni una palabra. Un joven contaba su historia. Que vivía en Mosul con su familia. Que llegaron los yihadistas, vigorosos, vestidos de negro, crueles. Que se llevaban a los niños, para educarlos como buenos integristas. Que los sacaron de sus casas, que les propusieron que, si no querían irse, tenían que pagar cinco mil euros mensuales por cabeza. Que nadie tenía ese dinero, que la alternativa era la muerte. Por ser cristianos, o yazidíes, o zoroastrianos. La mujer seguía en silencio pero su mirada lo decía todo. Era pequeña de estatura y con unos ojos negros como mares, anciana y encogida, encogida por dentro. Llevaba tres años viviendo en un contenedor de la parroquia de Erbil que había acogido a su familia tras la huida. Extendía las mantas por el suelo, hacía te en un hornillo y cuidaba a los nietos, en silencio. En agosto de 2014, tras el susto inmenso con la llegada de los hombres de negro, los que sumergían a las personas en piscinas, encerradas en jaulas, para ahogarlas; los que obligaban a los niños a presenciar sacrificios humanos en estadios de fútbol, los que clavaron las cabezas de los ajusticiados en las verjas de los parques de Mosul, la vieja comenzó a andar para salvar los 100 kilómetros que distaban desde su ciudad al territorio salvador de los kurdos. Los yihadistas les confiscaron el coche, sin apiadarse de la edad de la mujer, ni de que padeciese de la cadera, ni de sus dolores terribles. Y anduvo, anduvo, anduvo. Confiaba en poder subirse a alguno de los vehículos que pasaban huyendo, tal vez un autobús, pero era demasiada gente, todo iba lleno. Anduvo, anduvo, anduvo. Primero se le inflamó la cadera, después se le hincharon las rodillas, finalmente los tobillos dejaron de responder. Sólo un viejo sabe lo que duelen los huesos. La vieja empezó a llorar en silencio, y apretó los dientes. Y se apoyó en el brazo de su nuera, y después en los hombros del hijo, y siguió andando, andando, negándose a escuchar los gritos de su cuerpo doblegado. Estuvo semanas con antinflamatorios en Erbil, tirada en la manta, en silencio, como un perro que se lame las heridas. Y nunca más habló. Algo en su interior se secó y ni una palabra más brotó jamás de sus labios. Fue la más extraña entrevista, en la que hablaba el joven y ella callaba. En la que un inmenso dolor sustituyó a las palabras. En la que una persona se había hecho muda para intentar orillar la memoria de la humillación, la injusticia, el egoísmo más atroz. En esta mañana de domingo 7 de marzo, esa vieja acoge al Papa, que visita Mosul y las ciudades de la llanura de Nínive, que viaja al Kurdistán y dice misa en el estadio. Me pregunto si algún día, restañadas las heridas, ante la imagen del Santo Padre recorriendo la tierra santa de Ur, mi amiga hablará por fin.
Qué estampas nos está dejando el viaje de Francisco a la tierra de Mesopotamia del profeta Abraham, qué estampas sobre los paisajes de las primeras comunidades cristianas, las formadas por los apóstoles en sus viajes iniciales. El encuentro de dos viejos, ayer, uno de negro y otros de blanco, el líder de los chiíes iraquíes y el líder de los católicos del mundo, mirándose y callando, mirándose y repasando las viejas heridas de este viejo mundo necio, que cree saberlo todo.
O la oración común con gente de viejas religiones, yasidíes, chiíes, suníes o zoroastrianos, que también rezan al Dios único, a veces bajo la forma del sol o del fuego. Que, como los seguidores de Zoroastro, suben a sus zigurats ancestrales los cadáveres de sus muertos, para dejárselos a los buitres, que los pelan lentamente, al sol, hasta devolverlos a la naturaleza. El hombre lleva en el corazón una sed infinito que ha hecho que todos los pueblos, siempre, en cada rincón del mundo, alcen los ojos a lo alto, buscando el misterio y la esperanza. Y el Papa lo sabe. Y, como los jesuitas de las reducciones del Paraguay, o el Padre Damián de Molokay entre los leprosos, o Teresa de Calcuta entre los pobres de entre los pobres, se sienta en círculo con todos ellos para pedir que el cielo nos quite la estupidez y nos cure las heridas viejas con amor nuevo.
Hoy recorre el Papa las ciudades rotas en su día por el califato islámico y celebra misa en Erbil, en la capital kurda que fue el hogar de todos ellos en los días terribles que empezaron en agosto de 2014.
Un viaje histórico, sin duda.
MANIFESTACIONES 8-M
Y aquí, mañana es ocho de marzo. Nos hubiese gustado a muchas mujeres desfilar por las calles en memoria de las que no pueden ir a la escuela en tantos países, o las que son esposadas de niñas con maridos viejos, o las que son mutiladas ente las piernas, o las que son asesinadas por honor, pero el sentido común impone mañana y todos estos días que el ocho de marzo se celebre en los corazones. Es tiempo de luchar por nuestros ancianos y cuidar a nuestros enfermos, de esperar la vacuna y evitar nuevos contagios y pecan de insensatas las que a toda costa quieren vestirse de morado y salir a manifestarse como el imprudente año pasado. El Tribunal Superior de Justicia de Madrid se lo ha recordado a las que han recurrido la decisión de la Delegación del Gobierno de la capital, que ha prohibido las manifestaciones por razones de salud. Pues eso, que feminismo es mucho más que tu marido te haga ministra o que digas que es bueno que se alquilen mujeres para tener hijos de otros, como hacían las concubinas antiguamente.
LOS GOYA
Y ayer fue la gala de los Goya, la noche de otro del cine español, y por fin lo logramos. Por fin dejó de ser la noche de la política sectaria, siempre a favor de los mismos y siempre en contra de los mismos, dejó de ser la noche de la demagogia y fue el encuentro a favor del arte que todos soñamos. Una ceremonia por fin corta (dos horas), por fin con proyección internacional, con los testimonios de decenas de monstruos del cine internacional, que saludaron por videoconferencia, por fin una noche para soñar juntos con el señorío del director de escena, Antonio Banderas, la simpatía de María Casado y gestos tan bonitos como un minuto de silencio por las víctimas del covid, un mensaje de ánimo para todos los trabajadores del golpeado sector y un empujón de esperanza para una pronta recuperación.
La película triunfadora, Las Niñas, sobre la experiencia de muchas de nosotras en los colegios de monjas.