"Me quitaron dos hijos en el hospital, nunca los recuperamos"

Desde las asociaciones piden más implicación y más medios, que es al final lo que las familias necesitan

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El drama de las personas desaparecidas: la cifra aumenta pero los medios disminuyen

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

6 min lectura

202.529. Este número refleja el registro de personas desaparecidas desde hace 10 años, cuando se fundó el Sistema de Personas Desaparecidas y Restos Humanos sin Identificar.

Desde ese año no se han podido encontrar a un total de 2.451 personas. Solo en 10 años más de mil familias han echado de menos a alguien que es posible que no vuelva nunca. Tampoco hace tanto que se lucha por investigar estos casos y mucho menos que se esmeren en resolverlos, que es lo que se pide por parte de las asociaciones. Paco Lobatón, que en 2015 impulsó la creación de la Fundación Europea por las personas desaparecidas, nos asegura que van al Congreso de los Diputados “a dar voz a esa carta, a dar un anticipo del contenido, que es exhaustivo de derechos y demandas que plantean a la sociedad, al Gobierno, a las instituciones”.

Las cifras son estremecedoras: por países, 16560 en Irak, 12 349 en Sri Lanka, 3446 en Argentina, 3168 en Argelia, 3154 en Guatemala, 3006 en Perú… estos son los países con mayor número de desaparecidos registrados desde 1980. Precisamente es en Colombia donde tiene lugar la primera de las tres desapariciones que vamos a abordar.

Borja vivía en Luxemburgo, era ingeniero informático y en 2013 decidió viajar a Sudamérica. Una de sus grandes pasiones era la fotografía, como cuenta su madre: “Su trabajo era ingeniero informático, pero su pasión era fotoperiodismo, viajaba por todo el mundo siempre con su cámara”.

En ese viaje a Sudamérica, Borja hizo un recorrido muy extenso y acabó por inmortalizar algo único: el rito de los huesos de los wayús, una de las tribus más conservadoras del país. En diciembre toma las fotografías y en enero habla con su madre para decirle que tiene que enseñarle el reportaje a la tribu: “El día 6 desde Santa Marta me dijo ‘voy a llevar a los wayús las fotos impresas para agradecerles el que me hayan dejado hacer el reportaje, y en la noche del 7 al 8 de enero desapareció”. Sin dejar rastro y con sus cosas guardadas en una taquilla: su cámara, de la que nunca se separaba, su ordenador... Tan solo se llevó unas linternas.

Y se convirtió en una búsqueda imposible: “Él no se ha marchado voluntariamente, y menos dejando todo ahí. Puede haber pasado algún incidente, pero el problema es que a esa gente nadie le saca nada, no hablan”.

Entre mafias, traficantes y demás gente cuestionable lo único que se le devuelve a su madre de las pertenencias de Borja es la cámara de fotos con la tarjeta borrada y el ordenador, que lleva ya tiempo en manos de la policía que lo está estudiando.

Pero Ana María no pierde la esperanza y sigue esperando a su hijo: “Siempre pido que si hay alguien de España en Colombia o que conozca a alguien en Colombia, si, por lo que sea, llegan a saber cualquier pequeña cosa, puede abrirse un pequeño indicio a partir de ahí. Por favor, han pasado 6 años y nos harían un favor”.

La segunda historia es la de Sandra Carrera, que tenía 27 años cuando su padre decidió no volver nunca a casa. Ella asegura que antes de desaparecer se mostraba distante, extraño, como si la motivación le hubiese abandonado por completo, algo que él nunca demostró ser: “Un padre muy implicado, siempre muy orgulloso hablando de sus hijas y su mujer, responsable, no le gustaba llamar la atención, más bien pasar siempre desapercibido, aunque llegó un momento en el no estaba muy bien y quería evadirse de todo un poco”.

Un día sin nada de especial, Elías compartía la mesa con sus hijas y después de comer, ellas se echaron un rato. El se fue por la puerta dejándolo todo en casa: “Dejó todo pero no nos dimos cuenta. Han salido pistas por los alrededores pero pocas. Se marcha solo sin bolsa ni equipaje”.

No hay ningún indicio ni prueba que determine dónde pudo haber ido Elías. Surgió una pista en un momento dado de una mujer que aseguraba que le había visto con otra mujer o cuando lo publicaron en televisión y tuvieron que recorrer pueblos, puerta a puerta y poniendo carteles. No ha servido para más que avivar el fuego de esperar que vuelva. De la lucha surge la confianza. Toda la familia de Sandra sigue esperando que algún día Elías decida volver: “Un día lo lograremos y le veremos, y en eso estamos. Encontrarle y abrazarlo, no queremos nada más”. El resto es recuperar a un ser querido, que no pasen más años, o no tantos como sucedió en Manresa en 1988 y es nuestra tercera historia.

María acababa de sufrir uno de los peores dramas familiares: su marido había fallecido hacía dos meses. Tirando del carro familiar, con catorce hijos, María tiene que llevar al pequeño Isidro al hospital por unas anginas. Le acompañaba la noche de la desaparición su hermana Dolores, una de las mayores y que también se ocupaban de los más pequeños para ayudar a María: “El niño tenía anginas y al ponerle penicilina es alérgico y le salieron llagas en la boca. Como le hacían daño, el médico dice que hay que ingresarle. Mi madre acababa de quedar viuda y los hermanos que quedaban en casa se turnaban para cuidar al niño ingresado en el hospital”.

Entonces sucede lo peor: “Esa noche coincidió que estaba Dolores, que era de las grandecitas, 17 años, y esa noche desaparecieron Isidro y ella. Mi madre se enteró de que no estaban en el hospital porque la Policía se presentó en su casa a llamar a la puerta para preguntar por los niños”. Sin ninguna explicación por parte del hospital, la excusa es que los niños han hecho una trastada. Dolores no veía bien y la policía dijo que se había dejado las gafas en la mesilla, una montura que Mari Carmen no pudo ver hasta años después y que resultaron no ser las de su hermana: “Las entregaron precintadas pero se veía perfectamente que no eran suyas y además los análisis han demostrado que no tienen nada de ADN de su hermana”.

Nunca se ha llegado a saber lo que pasó, pero Mari Carmen y en general la familia se hacen una idea: “Creemos que alguien ha estado implicado en llevárselos”. Lo único que esperan de toda esta historia es ponerle un final: “A estas alturas, saber si están vivos y bien, no queremos hacerle nada a quien lo haya hecho ni cogerlos de donde estén y traerlos de vuelta y cambiarles su vida. Solo saber cómo están, si luego nos quieren contar qué les ha pasado, genial, pero al menos descansar”.

Desde las asociaciones piden más implicación y más medios, que es al final lo que las familias necesitan como nos explica Paco Lobatón: “Más investigadores, normalmente hay que enfrentarse a falta de medios, constatan que faltan”. La esperanza les hace desear, por encima de todas las cosas, que sus familiares desaparecidos vuelvan a casa, o saber que ha sido de ellos. Para eso, necesitan la ayuda de todos.

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