'Crónicas perplejas': "Estar se ha convertido en una esclavitud"

Habla Antonio Agredano de la necesidad que tenemos de escondernos, de desaparecer, de quitarnos de en medio y desconectar

Antonio Agredano
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Antonio Agredano

Habla Antonio Agredano en sus 'Crónicas perplejas' en 'Herrera en COPE' de la necesidad que tenemos de escondernos, perdernos y desconectar

Antonio Agredano

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En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'. 

De niños nos tapábamos los ojos para desaparecer. Pensábamos, en nuestra ingenuidad, que al no ver tampoco seríamos vistos. Ahora vivimos tiempos donde esconderse es imposible. Sabemos donde está todo el mundo. Llevamos encima un aparato chivato que nos dice qué ciudades pisamos, qué calles, qué bares. Estamos a un mensaje, a una llamada, de cualquier parte. Vivimos en un eterno presente.

Y, sin embargo, seguimos teniendo esa necesidad de perdernos. De ausentarnos por unos días. No coger el teléfono, desatender nuestras rutinas. Dejar que pase el tiempo sin dar explicaciones. Que el mundo gire sin nosotros. Aunque cada vez es más difícil. Bajarnos del tiovivo. Salirnos de la rueda del hámster. Porque estar se ha convertido en una esclavitud. De lunes a domingo. De la mañana a la noche. A un par de teclas de todo.

La inmediatez es una tiranía. Por eso echo de menos ser niño y taparme los ojos. Por eso echo de menos las tardes de aburrimiento en el sofá. Echo de menos las mañanas frente a la televisión. El colacao caliente. Las eternas batallas con mis muñecos. Sin nada que hacer, sin nada de lo que preocuparme. Echo de menos aquel tiempo detenido.

A veces, de mayores, seguimos jugando al escondite. En lugar de meternos detrás de las cortinas, como cuando éramos pequeños, dejamos el móvil en una esquina un par de horas. Abrimos una botella de vino. Conversamos sin prisa. Es lo más parecido que tenemos a desaparecer. Las palabras, las confesiones, las risas cómplices. Nos queda ese consuelo. El de las pequeñas desapariciones cotidianas. El de las ausencias compartidas. Tener derecho a estar despreocupado. Escrito así, parece un lujo. Un lujo del que no pienso privarme.

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