'Crónicas perplejas': "Para mí, la Nochebuena es memoria; un viaje fugaz a la infancia"
Habla Antonio Agredano de la Nochebuena y de la Navidad
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En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'.
En mi familia, desde siempre, soy el encargado de poner las bandejas de turrón. Lo corto con esmero, lo coloco con mimo, y lo llevo al salón para ir endulzando la tarde previa a la Nochebuena. No es fácil. El turrón duro se quiebra y el blando se apelmaza. Y luego está el problema con el turrón de chocolate. El problema es que me lo como antes de servirlo.
Nunca he tenido mano en la cocina. Lo intento suplir siendo un gran comensal y un mejor bebensal. Cuento chistes a los postres. Animo las conversaciones. Saco la guitarra. Y luego, cuando la cena acaba, cuando mi tío se desabrocha el botón del pantalón y mi padre ya ha abierto la segunda botella de vino, recojo la mesa, friego los platos y hasta me ofrezco para bajar la basura.
Para mí, la Nochebuena es memoria. Un viaje fugaz a la infancia. A otro tiempo. A otras casas. A otros afectos. Las familias cambian. Algunos amores se van. Algunas sillas se quedan vacías. Pero cada sabor es un recuerdo. Cada carcajada me lleva a viejas carcajadas. La sopa de marisco de mi madre. El pavo con demasiado vino que mi tío Paco hizo aquella noche en Sevilla. Mi primera copa de champán. Mi tía Pili sacando los cuerpos de marisco y poniéndomelos delante porque soy su «sobrino preferido». La primera Nochebuena con mis dos hijos, con unas corbatitas que les pusimos, sentados en el regazo de sus abuelos.
La vida no se detiene. Los años pasan. Se acumulan los recuerdos y el corazón es un magma donde todo se mezcla y todo arde. Afronto esta Navidad con cierta melancolía. Con un cansancio que no se me despega de los huesos. Ni siquiera he cambiado las cuerdas a la guitarra.
Pesa la memoria. Pesa mucho. Pesa lo vivido y pesa, paradójicamente, lo que queda por vivir. Pero el 24 por la tarde, allí estaré, cortando los turrones, como es mi obligación. Y dejaré que la luz, que la fe y que mi familia me marquen el camino. Ese camino que es la fugacidad y ese camino que es la esperanza.
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