'Crónicas perplejas': “Nunca fui un buen guardameta, pero he sido muy feliz en una portería”

Habla Antonio Agredano del deporte y de lo que nos inspira

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Antonio Agredano cuenta cómo le inspira el deporte en sus 'Crónicas perplejas'

Antonio Agredano

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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus "Crónicas perplejas".

Recuerdo un partido de la selección española con Zubizarreta en la portería. No me viene a la memoria ni mi edad, ni el rival, ni qué nos jugábamos. Sólo recuerdo a ese señor inmenso estirando el brazo con una camiseta verde oscura. Veía la frustración del rival, la confianza que en él tenía en sus compañeros. Me gustaba su austeridad, su concentración, que fuera tan eficaz y tan comedido.

Esa misma tarde me bajé a la plazoleta con mis amigos y me pedí ser portero. A todo el mundo le pareció buena idea. Nadie quería ponerse nunca, nos íbamos cambiando casi obligados. Lo importante era marcar el gol, no pararlo. Pero ese hombre, Zubizarreta, con ese apellido tan raro, con esa pinta como de padre que lleva a los niños al judo, tuvo la culpa de que aún hoy, a mis cuarenta y cuatro años, a veces me ponga los guantes y pegue panzazos en campos de césped artificial. Nunca fui un buen guardameta, pero he sido muy feliz en una portería. Celebrando los goles de mi equipo y evitando alguno que otro en nuestra contra.

A veces pienso que sólo somos fruto de nuestros deseos. Que somos, no sé cómo decirlo, como una expectativa andante. Que siempre andamos buscando otros mundos. Otros desafíos. Que es lo que queremos ser, y no lo que somos, lo que verdaderamente nos marca el camino.

Y está bien así. Porque soñar es un derecho que nadie debería quitarnos. Como esa gente que de vez en cuando aparece y nos dice: “Dedícate a otra cosa”. O “tienes muchos pajaritos en la cabeza”. O “quién te crees que eres”. Pues mira, sí. Ese soy yo. Una persona que no ha dejado de soñar. Que no ha dejado de imaginar. Que nunca ha permitido, ni va a permitir, que otra persona le ancle los pies al suelo. Porque la vida solo merece la pena cuando nuestra cabeza no tiene fronteras y nuestro corazón parece que vuela.

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