Del Val: "La mascarilla, que viene a ser el bozal de los perros en versión humano-respiratoria"

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Luis del Val

Publicado el - Actualizado

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Eran los alegres días de primeros de marzo y escuché aconsejar lo conveniente y seguro que era llevar una mascarilla, que viene a ser el bozal de los perros en versión humano-respiratoria. Como soy disciplinado por casa, me lancé a la calle a buscar una farmacia con mascarilla y me encontré con que las farmacias habían terminado sus existencias, porque la demanda había sido tan intensa como la de papel higiénico en los supermercados. Mi frustración duró varios días, pero enseguida el ministro de Sanidad me tranquilizó, explicando que las mascarillas podían ser útiles para los que ya estaban contagiados, pero que no era cosa de salir todos a la calle como si fuéramos japoneses hipocondríacos. A la vez, a pesar de que el ministro les había dado a las mascarillas escasa relevancia, el mismo Gobierno al que pertenece el ministro informaba de los millones de mascarillas que había comprado, y que esto iba a ser como en la Democracia, pero en lugar de un hombre, un voto, un hombre, una mascarilla. Pasaron casi cuatro semanas hasta que las mascarillas llegaron a las farmacias, pero en muchas volvieron a agotarse y, entonces, el Gobierno, que llevaba dos semanas y media anunciando la llegada de las mascarillas, decretó un precio obligatorio y, misteriosamente, las mascarillas desaparecieron del mercado, a la vez que el mismo ministro de Sanidad, que casi nos había convencido de que llevar una mascarilla te protegía tanto como cantar una ranchera, cambió de opinión -naturalmente informado por los expertos- y las mascarillas innecesarias, se volvieron convenientes. Hoy, a principios de mayo, las mascarillas que eran fútiles en marzo, y convenientes a mediados de abril, se han vuelto obligatorias para usar el transporte público.

Como vamos a tener un millón más de parados de aquí a que se prescinda del estado de alarma, o sea, después de Navidades, creo que hay un sector donde se va a crear más empleo que en ningún otro sitio, y es en el sector mascarillas. Y no me refiero sólo a su producción, sino a su vigilancia. Vista la evolución del Gobierno en su criterio sobre las mascarillas, creo que no sería nada insensato sostener la hipótesis de crear un Cuerpo General de Inspectores de Mascarillas, cuyos componentes visitarán los domicilios y, si el habitante del piso o chalet abriera la puerta sin mascarillas, zas, imponerle una multa, porque dada la evolución presumo que falta un estado de alarma y medio para que las mascarillas se declaren obligatorias, excepto en la ducha.

A la vez, el laboratorio de consignas, pondría en marcha una campaña bajo el siguiente eslogan: “A cara descubierta, no, a cara protegida. Unidos, venceremos”.

Este profundo giro podría causar la impresión en algunos españoles desinformados de que el Gobierno va a tientas, pero la más simpática componente del Gobierno, la que quiere acabar con la caza, con los toros, y con los bares, la ministra Teresa Ribera, ha declarado que España se encuentra en la gama alta de éxitos, y en la gama baja de errores. Menos mal. De no estar tan acertados no quedaría un médico ni una enfermera sin contagiar, y el primer puesto de muertos por millón de habitantes sería más apabullante todavía. La mascarilla es necesaria. Llega tal hedor de irresponsabilidad, que es muy difícil de resistir sin taparse las narices.

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