Luis del Val: “Eduardo Punset era demasiado libre para permanecer en la política”

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Luis del Val: “Punset era demasiado libre para permanecer en la política”

Luis del Val

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Esta mañana me he encontrado en las páginas de ABC con la mirada divertidamente maliciosa de Eduardo Punset, y, enseguida, me han venido un montón de recuerdos, y la dificultad de clasificar a una persona tan proteica y tan compleja, aunque casi todos sus cambios de rumbo  son perfectamente explicables. Militó en el partido comunista, pero es que en la universidad española la única oposición seria  eran los comunistas, y me lo imagino como un verso suelto, como lo fue cuando Adolfo Suarez lo nombró ministro, no porque no cumpliera con eficacia con la labor encomendada, sino porque Eduardo Punset era demasiado libre para permanecer en la política.

Mucho antes de que fuera popularmente conocido a través de sus programas de divulgación en los medios televisivos, ya mostraba esa curiosidad e interés por el universo y sus misterios. Recuerdo una noche, en esta casa, en COPE,  donde en una larga conversación salieron a relucir los murciélagos, y empezó a hablar de manera tan entusiasta y amena sobre los murciélagos, que parecía que su vida había estado dedicada  a ellos. Esa pasión por los animales y las personas, la materia y la energía, le llevó también a sentir curiosidad por las pseudociencias, aspecto que los ortodoxos científicos siempre le criticaron, pero creo que Punset lo hacía por ser fiel a sí mismo, y eso le impedía despreciar lo que los cánones tradicionales ya habían sancionado como desechable.

En el Consejo de Ministros siempre parecía que era un violinista húngaro que se había confundido de lugar, pero su excelente inglés,  y su simpatía,  le sirvieron para comenzar a abrir la hoja de la puerta que permitiría a España entrar en la Unión Europea.

Siempre que hablaba con él me acordaba de Manuel Toharia, que lo mismo se sienta al piano e interpreta una sonata de Chopin, que te explica con tanta pasión el fundamento de los agujeros negros, que te crees que lo has entendido.

A Eduardo Punset le fascinaba tanto la ciencia y sus desafíos como las relaciones humanas, ese magma donde se mezclan el amor y el odio, la generosidad y el egoísmo. Poseía una taxonomía particular y decía que las personas nos dividimos en sensibles y crustáceos. También afirmó  que cualquiera de nuestras neuronas, esas que rigen nuestra conducta, no tiene ni puñetera idea de quiénes somos, y tampoco le importa. Y esas neuronas indiferentes fueron atacadas por el Alheimer y han borrado esa mirada maliciosamente divertida que parecía estar a punto de decir que la vida es un chiste, un chiste que, al acabar, deja a los demás con más tristeza que alegría. 

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