Luis del Val: "La precariedad en el empleo ha creado un mercado clandestino de licencias de repartidor"

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Luis del Val: "La precariedad en el empleo ha creado un mercado clandestino de licencias de repartidor"

Luis del Val

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Me los encuentro a menudo cuando conduzco por la ciudad, circulando a lomos de su bicicleta, entre coches, autobuses y furgonetas. Aunque los repartidores de carnet de progresista han dictaminado que lo más ecológico del mundo es desplazarse por las ciudades en bicicleta, al ver los tubos de escape de los vehículos, el enrarecido ambiente del aire, y el esfuerzo que hay que exigirle al corazón y los pulmones en las pendientes cuesta arriba, cualquier neumólogo diagnosticaría que no es lo más aconsejable para los pulmones, y cualquier cardiólogo llegaría a la conclusión de que no es el ejercicio ideal para mantener en forma el corazón.

Pero estos ciclistas de los que hablo no van en bicicletas, sometiéndose a un peligro evidente, por ser progresistas, sino por ganarse unos pocos euros repartiendo comida. Y atrás, en el transportín, llevan una caja amarilla, donde reposa la mercancía. Hace cuatro días murió uno de estos ciclistas en Barcelona, atropellado por un camión de limpieza. Ya sé que hablar de sucesos ocurridos hace cuatro días no es de buen periodista, pero estoy ya en edad de no traicionar lo que me duele, mientras disponga de una tribuna. El ciclista atropellado tenía 22 años, pero ya no tiene nada porque es un cadáver, y por no tener, no tenía ni siquiera un seguro laboral.

La precariedad en el empleo ha creado un mercado clandestino de compra y ventas de licencias de repartidor, mediante las cuales el trabajador se convierte en un pequeño explotador de otro trabajador, al que le cede la licencia por un pequeño porcentaje de lo poco que le van a pagar. Y a las empresas les da igual, porque lo que quieren es cuenta de resultados, pero creo que, a partir de las manifestaciones que se han sucedido y creo que van a repetirse, tendrán que inspeccionar esa mafia de los pobres, porque en las bolsas del repartidor figura su nombre, y las autoridades políticas, que estaban muy entretenidas a ver si pillan al tabernero de la esquina, porque el único camarero que tiene contratado ha trabajado media hora de más, tendrán que aplicar lo que ya está legislado, y es que es inadmisible que, en un país de la Unión Europea, un trabajador veinteañero, expuesto al riesgo de tener un accidente mortal, pueda ir por las calles sin un mínimo seguro, exigido en las leyes laborales.

Me he acordado de la mejor película de Juan Antonio Bardem, Muerte de un ciclista, en la que el accidente provoca un remover de conciencias, de conveniencias y de egoísmos. Pero no  hay egoísmo mayor que permitir la esclavitud, bajo aparencias formales, ni mayor tontería contemporánea que creer que la solución a los graves problemas ambientales, consiste en poner a pedalear peligrosamente a miles de ciudadanos. Y, encima, los que lo tienen que hacer por ganarse unos pocos euros, algunos lo hagan bajo unas condiciones miserables, que están absolutamente prohibidas en nuestro país, porque la esclavitud quedó fuera de la Ley hace ya  casi doscientos años.

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Con Carlos Herrera

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