Luis del Val: "Trapero, ¡vae victis! ¡Ay, de los vencidos!"

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Luis del Val: "¡Vae victis! ¡Ay, de los vencidos!"

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Ayer, hubo una muestra por la pantallas de vencedores y vencidos. Como arquetipo de los primeros, un Pedro Sánchez exultante, algo acelerado, como si tuviera prisa por acabar pronto para vender otro piso a otro cliente, y con unos primeros planos, donde se notan los resultados del tratamiento del dermatólogo, que le ha quitado los molestos hoyos del cutis. Cuando se vaya de gira por toda España, a visitar a los presidentes de las 17 autonomías -algo que no está ni al alcance de Serrat y Sabina- va a mostrar un rostro tan liso como el del microcemento que he puesto en el baño. 

Y, como representante de los vencidos, el otrora compadre de los honorables que dejaron de serlo, José Luis Trapero Álvarez, antiguo jefe de los mozos de Escuadra. 

Desde el punto de vista literario y emocional, siempre me resultaron más interesantes los vencidos que los vencedores, porque los vencedores suelen enfundarse en parecidos trajes de soberbia, para poner expresión amable a ver si les dan buenas notas en las clases de aparente humildad.

Los vencidos, en cambio, no disimulan y, si mienten, lo hacen en defensa propia, porque ya no hay premios, ni recompensas tras las mentiras, sino el reducto de batirse para que la derrota sea lo menos cruel posible. Nunca me han gustado las lanzadas a moro muerto. Critiqué mucho a Trapero, cuando organizó aquella kermesse vergonzosa de impedir y ayudar a la celebración del referendum, pero ahora me produce lástima. Arcadi Espada le tilda de cobarde, pero si yo estuviera sentado donde está él, y tuviera un horizonte de 11 años de cárcel, puede que le superaría en cobardía. Otra cosa es que no creo que me hubiera hecho cómplice del Prófugo, y romper un brillante historial, y ensuciar el honor de los Mossos d'Escuadra, que se vieron embarrados por órdenes calculadamente contradictorias. Aquellas reuniones, guitarra en mano, en compañía de muy honorables presidentes que pronto dejarían de serlo; aquél compadreo donde todo se perdonaba, incluido el despiste del amontonamiento de bombonas de butano en un chalet; aquellas ruedas de Prensa, donde demostró que su paso por los cursos del FBI le había proporcionado más seguridad que la que mostraban algunos de los balbucientes consejeros, pasaron enseguida. Y, al final, todos le dieron la espalda: los secesionistas le consideran un traidor, desde que declaró en el juicio del procés, lógica preparación del suyo; y los catalanes que no se han visto arrastrados por el totalitarismo secesionista, lo ven como un chapucero que podría haber evitado gran parte de lo que ocurrió después. ¡Vae victis! ¡Ay, de los vencidos! No tendrá visitas en la cárcel, si le condenan; no habrá manifestaciones de los profesionales de la algarada; no será un héroe, como alguno de sus antiguos jefes políticos, y se habrá dado cuenta de que fiarse de un político nacionalista es mucho más peligroso  que negociar con un delincuente que no lleva corbata ni tiene a su disposición un coche oficial. Hoy, como Amado Nervo, José Luis Trapero podría recitar estos versos: 

La peña que fue de cuajo arrancada, y que se abisma,

no se pregunta a sí misma, porqué cayó tan abajo, 

mientras que yo, miserable, si combato, soy vencido

y, si caigo, ya caído, aún me encuentro culpable.

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