El motivo por el que Lamine Yamal no se despegó, durante muchos años, de una bufanda: "Hogar"

Es la 'Historia del Día' de María José Navarro. Este jueves, habla sobre este complemento que siempre acompañaba a este gran futbolista que, a sus 16 años, nos hace volver a soñar

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El motivo por el que Lamine Yamal no se despegó, durante muchos años, de una bufanda: "Hogar"

Redacción Herrera en COPE

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A ver. Vds también nos va a hablar de Lamine Yamal? Pues sí. Puestos a ser poco originales, seamos los campeones.

Queríamos contarles algo del chico que se esconde detrás de la estrella del mundial. De ese que juega al “piedra, papel, tijera” con su amigo, el de las trenzas, otro que está maravillando por su desparpajo y que se llama Nico. Queríamos contarles algo de ese muchacho que tiene aún 16 años, que es una edad, cómo les diríamos, en la que aún no eres ni pachón ni gorrino. Ni eres adulto ni ya eres un nene.

Yamal tiene ya nómina de señor, de profesional con éxito, pero lleva brackets. Su foto aparece en periódicos que nunca ha leído. Querrán patrocinarle marcas que no sabe que existen. Le sucederán muchas cosas para las que, lo más probable, no está preparado. Porque detrás de todo ese fulgor, de ese brillo, lo que hay es un crío. Un niño que aún encuentra cobijo donde lo encuentran los cachorros: en los olores de casa.

El jugador fue, durante muchos años, con una bufanda a todos lados. Una bufanda que olía a su perro, a su cocina, a su padre. Así que, la distancia, la curaba en su regazo. Y fue la madre, la madre siempre, la que deja volar. La que quiere que su cría extienda sus alas y vuele. Y esa madre le dijo “se acabó la bufanda”. Pero hay un niño que sale por la tele de todo el mundo que aún se resiste. Y que ha encontrado una manta que hace la misma función.

Lamine Yamal busca todavía los olores de su hogar para no perder pie, para no despistarse, para no extraviar su brújula. Benditos sean los jóvenes que nos devuelven, en este mundo tan antipático a veces, la confianza en que lo que viene también es maravilloso.

Esas generaciones se nos escapan, pero encuentran siempre, como los mayores, su sombrero en casa.

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