Luis del Val: "El tiempo inalterable no pasa, porque quienes pasamos somos nosotros y un año es un largo viaje"
El maestro, Luis del Val, reflexiona en La Linterna sobre la tradición de celebrar la última noche del año y dar la bienvenida al próximo tomando 12 uvas
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Estos días cuando me tomo una copa de marina alta rindo homenaje a los viticultores alicantinos, pero no a quienes recolectaron y embotellaron el vino que me estoy bebiendo, sino a sus antecesores de finales del XIX y principios del siglo XX, quienes ante la escasez de ventas de uva de mesa se inventaron la bondadosa superstición de las uvas de la suerte con las doce campanadas. Sus sucesores no pueden quejarse, les deben agradecimiento porque en diciembre las uvas rebosan en los mostradores de todas las fruterías de España.
En una noche como la del día de mañana hace un montón de calendarios, me dejaron salir solo de casa por primera vez con una llave en el bolsillo, camino de una fiesta. Luego con el tiempo me he vuelto prudente con el engullido de las uvas porque tragar doce uvas gordas en doce segundos es tan desproporcionado como comerte doce gambas en doce segundos aunque estén peladas. En realidad festejamos el misterio del tiempo, porque la auténtica noche vieja es la que antecede al día de tu cumpleaños y nadie se queda hasta las tantas de la madrugada celebrando que nació hace un año.
El tiempo inalterable no pasa, porque quienes pasamos somos nosotros y un año es un largo viaje. Por eso la alegría es comprensible porque todos sentimos un cierto alivio cuando llegamos al final de un largo viaje sin grandes desperfectos. Espero que todos ustedes y nosotros lleguemos sin que nos hayan perdido el equipaje o hayamos extraviado alguna maleta donde iba una amistad, un amor o una esperanza. Y deseo que al emprender la nueva etapa, el viaje del año 2025, lo comencemos con la ilusión que suele acompañar cualquier excursión aunque tengamos visitado ese lugar muchas veces, porque el viaje de la vida es una pregunta constante a cada año que viene.