Jorge Bustos explica por qué la Virgen de la Paloma no es patrona oficial de Madrid pero sí la patrona popular

El periodista pone en valor en La Linterna las tradiciones populares de España y responde a los que lo califican como un símbolo de retraso

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Jorge Bustos: "Los que censuran tradiciones como la Virgen de agosto no saben lo que se pierden"

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Hoy es día de verbena. Hoy, fiesta grande de la Asunción de la Virgen, España entera desafía el calor de agosto entregándose a celebraciones, a rituales, a tradiciones que se remontan siglos, que están profundamente arraigadas en el acervo popular, o que se habían perdido y se recuperaron hace poco. Dicen que España es el país de la fiesta. Y hay españoles a los que esto les parece mal, eh, les parece un tópico pernicioso o un signo de atraso. Ellos son progresistas y no entienden que el pueblo festeje la Virgen de agosto año tras año acudiendo a una procesión o a un pasacalles, participando en una ofrenda, o bailando en la plaza del pueblo, yendo a los toros, o subiéndose a los cacharritos en un recinto ferial. Los amargados que censuran estas tradiciones llenas de vida no saben lo que se pierden.

No valoramos a veces lo que significa que el nombre de nuestro país esté asociado en todo el mundo a la idea de la celebración social, familiar, religiosa, cultural. Porque de esa asociación se alimenta nuestro PIB, nuestro turismo. Pero así alimentamos también algo más importante y profundo: nuestra voluntad de vivir ajenos a las preocupaciones del resto del año, apartados de las miserias de la política, aunque sea por unos días o unas noches. Una de las mejores cosas que tiene nuestro país es la defensa de la alegría como programa vital.

El tópico nos pinta como un pueblo jaranero, pasional, que se acuesta tarde y se divierte como nadie. En el desfile de los Juegos nuestra embarcación sobre el Sena era la que más lío montaba. Es la España luminosa que todos quieren visitar.

Y es verdad que esa pasión tiene también un reverso oscuro, una leyenda negra que a menudo ha juzgado el temperamento español por su incontinencia, por su supuesta violencia a flor de piel, por sus celosos incurables.

Ojo, los celos amorosos han dado tema a grandes obras literarias. Desde el Otelo de Shakespeare hasta el primer volumen del clásico de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido. Pero los celos son también el motivo de innumerables obras consideradas menores, como las de nuestro género chico, la zarzuela, que floreció en Madrid a finales del siglo XIX. La Virgen de la Paloma no es la patrona oficial del pueblo de Madrid. Como sabes, la patrona oficial es la Almudena. Pero sí es la patrona popular, desde que su imagen fue rescatada a finales del siglo XVIII. ¿Te sabes la historia? Bueno, te la cuento.

Resulta que una vecina del barrio que se llamaba Isabel, Isabel Tintero, que era la esposa de un cochero, un día de 1787 sorprendió a unos chavales que estaban jugando en un solar con un bonito lienzo de Nuestra Señora de la Soledad. Isabel se lo quitó, restauró el cuadro y lo expuso en su propio portal. Los vecinos empezaron a acudir allí a rendirle culto, y la cosa fue creciendo hasta el punto de que se hizo aconsejable construir un templo para acoger la imagen. Ese templo se quedó pronto pequeño y se levantó otro más amplio, y hoy se venera a la Virgen de La Paloma muy cerca de San Francisco el Grande, que para mi gusto personal es la verdadera catedral de Madrid.

Como madrileño, déjame que me detenga en una de nuestras zarzuelas más emblemáticas, ambientada en tal día como hoy en el barrio madrileño de La Latina. Me refiero, evidentemente, a La verbena de La Paloma, que hoy como ayer se celebra en el más castizo de nuestros barrios, y que pone en escena los celos que el pobre Julián, un joven cajista de imprenta, siente por Susana, que coquetea con un viejo verde llamado don Hilarión, boticario del barrio. Cuando lo ve del brazo de Susana en la verbena, Julián no puede reprimir sus sentimientos.

Justo después de esta escena inolvidable se produce una pelea, pero intervendrán las autoridades y la sangre no llegará al río. Julián se reconcilia con Susana al final de la obra y los espectadores se marchan a casa –o a la verbena- con un gesto de felicidad pintado en la cara y tarareando la melodía de la habanera más pegadiza del repertorio. Bueno, pues esa felicidad popular que hoy estalla en mil pueblos y ciudades de España es la que me gustaría reivindicar esta noche. Niños y mayores, jóvenes y no tan jóvenes se habrán echado hoy a la calle a burlarse del calor asfixiante, de los sinsabores de la vida cotidiana y de las mezquindades de nuestros gobernantes. Es 15 de agosto. Es tiempo de alegría.

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