Los magos que siguen buscando

Con la fiesta de los Reyes Magos la ciudad echa el cierre al largo período navideño. Sin embargo, para la Iglesia seguimos, hasta el próximo domingo, fiesta del Bautismo del Señor, en tiempo de Navidad. 

La Epifanía que celebramos ayer es, por así decir, el ensancharse de la Navidad. El Niño frágil que nació en Belén al calor del aliento de la mula y del buey no vino sólo para los pastores de aquel territorio sin importancia del Imperio romano, sino para el mundo entero. Hay una gran paradoja en el relato del Evangelio proclamado ayer. 

Los sabios y los intelectuales de Israel informan al rey Herodes de que el Mesías había de nacer en Belén de Judá, según las Escrituras. Pero ni el rey ni sus asesores se ponen en marcha, no se conmueven ante una posibilidad contemplada en sus propios Libros sagrados. 

En cambio, unos Magos, seguramente astrónomos, hombres instruidos procedentes de otras latitudes completamente ajenas a la historia de Israel, dejan sus palacios para adentrarse en el desierto, para afrontar inseguridad, quizás extravíos y, con toda seguridad, cansancio y discusiones, para seguir aquella singular estrella. 

Ellos entendieron que la realidad que les maravillaba tenía que ver con su propio corazón, que toda la maravilla que con sus observaciones y estudios no eran capaces de descifrar era, en realidad, signo de Algo más grande, del secreto de la vida, de su significado más profundo. La Iglesia ha reconocido siempre en los Magos la búsqueda infatigable de los hombres. 

Una tarea exigente de este momento es detectar a tantos magos que han iniciado su camino siguiendo la estrella de la realidad que les interroga. Puede suceder que, enfrascados en nuestro pesimismo, empeñados sólo en defender nuestro pequeño territorio, los cristianos no los veamos recorrer con sus camellos las sendas de nuestras ciudades. Ojalá sepamos salir a su encuentro, para ofrecerles el acontecimiento de Belén hecho carne en nuestras vidas.