Gente corriente con “algo” distinto

José Luis Restán reflexiona sobre las personas que componen la Iglesia

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Gente corriente con “algo” distinto

José Luis Restán

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Ayer, durante la presentación de la Memoria Anual de actividades de la Iglesia Católica en España, se hacía patente un hecho: la Iglesia está formada por gente corriente, muy diversa entre sí; en general, podríamos decir coloquialmente, muy normal: gente-gente. Y, sin embargo, esa gente tan corriente, como diría la Carta a Diogneto, lleva impreso “algo distinto”, una novedad que les ha sido donada, que ellos han acogido con todos sus límites y torpezas, pero que más allá de esos límites se manifiesta en el mundo.

Puede ser una religiosa entusiasta que atiende varios pueblos de una comarca soriana; una joven barcelonesa muy de este tiempo, que a través de un amigo se ha dejado atraer por la belleza del camino cristiano y acaba de recibir el bautismo; un matrimonio que acoge niños y adolescentes en su familia multiplicando así una fecundidad que la biología les ha negado; o un anciano misionero que ha tenido que salir de Jartum en medio de las bombas y que ya piensa en volver a El Cairo para trabajar con los sudaneses que se han exiliado a causa de la guerra. Gente corriente, sí, tocada por un encuentro, gente a través de la cual, Cristo resucitado sigue haciéndose presente en la historia.

Si por un instante esas presencias desaparecieran, el tejido de nuestra sociedad sería bien distinto, para peor. Si la Iglesia no estuviera al lado de los más pobres; si desaparecieran sus colegios; si ya no generase cultura; si no acompañara en la enfermedad; si no formase comunidades en barrios y pueblos; si no levantase su voz (incluso cuando resulta incómoda y es contestada), si no anunciase la Esperanza frente a tanto vacío … si todo eso desapareciera, nuestra sociedad se vería tremendamente empobrecida.

Y no está escrito que este hecho imponente que acreditan las cifras de la Memoria tenga que existir aquí y ahora. Porque es fruto de la Gracia de Dios y de la libertad de los hombres y mujeres de cada tiempo y lugar. Por eso está siempre pendiente de un hilo: ningún poder ni mecanismo engrasado lo puede garantizar. Depende de la fidelidad de Dios (esa sí está asegurada) y del “sí”, pobre pero decidido, de cada uno de nosotros.

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