Haréis, incluso, cosas mayores
José Luis Restán reflexiona sobre el papel d elos cristianos cuando las cosas no van bien
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En una oración de la liturgia del tiempo pascual reconocemos vivir bajo la protección de Dios Padre y pedimos poder gozar siempre en Él, protegidos frente a todo peligro. También hemos escuchado este domingo la recomendación de Jesús a los apóstoles: “que no se turbe vuestro corazón”, y eso lo decía durante la última Cena, cuando se disponía a salir hacia el Huerto de los Olivos. Los apóstoles entendieron desde el primer momento que su condición de seguidores de Jesús no implicaba una vida tranquila en una torre de cristal. Proclamar la fe en la resurrección de Cristo no significa que las cosas vayan bien en el mundo, ni entonces ni ahora. Evidentemente, muchas no van bien.
Es justo preguntarnos qué significa, entonces, esa protección de Dios que el creyente reconoce, y en qué consiste la paz que Jesús nos desea frente a cualquier motivo de turbación o de peligro. La Buena Nueva del Evangelio no es que el mundo esté bien, claramente no lo está. La Buena Noticia es que Jesús ha vencido a la muerte y sigue presente hoy, que nos llama a vivir con Él, que ya no nos dejará nunca y que Él tiene la última palabra sobre nuestra vida y sobre la historia.
Precisamente es en medio de las tormentas de la vida y de la historia cuando se pone a prueba nuestra condición de cristianos. No porque tengamos más músculo y más aguante que los demás, sino porque reconocemos una Luz que brilla invencible en medio de la tiniebla. Una Luz, por cierto, que no es ninguna sugestión ni tiene nada de mágico. Es el reconocimiento que hacemos con nuestra razón y nuestra libertad de hechos que sólo se explican porque Cristo está presente. Por ejemplo, el modo en que vivió su enfermedad una joven como Conchita Barrecheguren, proclamada beata este sábado en Granada. Ayer escuchamos en el Evangelio unas palabras sorprendentes de Jesús: “el que cree en mí hará las obras que yo hago, incluso mayores”. Parece incomprensible, y sin embargo, esa es la explicación de que la Iglesia siga viviendo hoy.