Mi Iglesia
"Hoy necesitamos un nuevo despertar de la Iglesia en las almas"
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Mi Iglesia
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En una ocasión el Papa observó que la primera vez que Jesús pronuncia la palabra “Iglesia” en los evangelios lo hace precedida por el adjetivo posesivo, “mía”: mi Iglesia. Jesús no habla de la Iglesia como una realidad exterior, sino que la llama mi Iglesia. Francisco invitaba a cada uno de nosotros a repetir esa misma expresión (¿nos atrevemos con la que está cayendo?): “mi Iglesia”. No es una organización religiosa, una estructura sobre la que siempre podremos opinar, mejor o peor, desde fuera.
Y decimos “mi Iglesia”, no en el sentido de que seamos sus dueños, o de que nosotros la construimos y damos forma. La Iglesia no es “mía” porque responda a mis pretensiones, es “mía” porque literalmente nazco de ella (en la conciencia y en el afecto), y por eso estoy llamado a cuidarla y a sostenerla, sobre todo con el testimonio de una vida más libre, apasionada y alegre.
Hace cien años, el gran teólogo Romano Guardini anunció un fenómeno de consecuencias trascendentales: “la Iglesia está despertando en las almas”. De ese hecho vino el gran impulso que sintetiza el Concilio Vaticano II. Hoy podemos preguntarnos si la Iglesia no se está adormeciendo en las almas de quienes la formamos, muy ocupados en opinar sobre ella desde distintas trincheras, o en diseñar programas de reforma según intereses ideológicos o de grupo, o en escapar de su mala imagen cuando arrecia la tormenta.
Hoy necesitamos un nuevo despertar de la Iglesia en las almas. En eso deberíamos invertir nuestra inteligencia, nuestros desvelos y nuestra plegaria. Porque sólo a partir de ahí se producirá una revitalización de la presencia cristiana, no mediante peroratas y planificaciones que, como la paja, son arrebatadas por los diversos vientos.