Los sueños rotos de Sudán
José Luis Restán reflexiona sobre los dramáticos días que se están viviendo en Sudán
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Se asoma estos días a nuestra ventana, pero poco, la tragedia de Sudán, uno de los países más pobres de África en el que dos generales, auténticos fantoches, “señores de la guerra”, han decidido disputarse los despojos del poder desatando un infierno de violencia que dejará, en cualquier caso, un saldo de miles de muertos y heridos, de innumerables desplazados, y una devastación que hará retroceder décadas a este pobre país que apenas acababa de librarse de la férrea dictadura islamista de Al Bachir. Precisamente una de las consecuencias de la actual locura es la posibilidad de que el islamismo político recupere el control de la sociedad, algo que preocupa especialmente a los dos millones de cristianos que viven con grandes dificultades y restricciones en Sudán. El arzobispo de Jartum, Michael Didi, había mostrado una tenue esperanza tras la caída del régimen e Al Bachir: “hemos colocado en un tiesto una pequeña planta, veremos cómo crece”. Ahora, el temor crece de nuevo.
El hecho es que, una vez más, millones de personas inocentes son sacrificadas en el grotesco juego de poder de quienes deberían usar su influencia y recursos para ayudar a tejer la convivencia, a vertebrar los servicios públicos y a desarrollar infraestructuras. Todo eso se ve arrastrado hacia el sumidero por una violencia tan horrenda como estúpida, que frustra las esperanzas apenas alumbradas en 2019, cuando el pueblo sudanés salió a las calles clamando contra la dictadura y soñando un futuro distinto.
En fin, esta es la tierra en la que fermentó la gran aventura misionera de San Daniel Comboni, y sus hijos, los misioneros combonianos, la han considerado siempre como una cuna espiritual. A ellos, que siguen presentes contra viento y marea en un contexto tantas veces hostil, se dirige hoy también mi gratitud y mi recuerdo.