La persecución no es de ayer

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La persecución no es de ayer

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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El pasado 15 de octubre fue detenido en el aeropuerto de Asmara, la capital de Eritrea, el obispo de Segheneiti, Abune Fikremariam Hagos, que regresaba a su país tras realizar un viaje a Europa.

El gobierno eritreo no ha explicado los motivos, pero el obispo se había pronunciado públicamente en contra de la participación de Eritrea en la cruel y olvidada guerra que enfrenta al ejército etíope con los rebeldes de la provincia de Tigray.

Fikremariam se había atrevido (en un país que sufre una férrea dictadura) a pedir a sus fieles que no se aprovecharan de los bienes robados por el ejército a la población de Tigray, que luego son vendidos en los mercados de Eritrea. Esta detención no es un hecho aislado. La persecución a la Iglesia católica es constante desde hace meses. El motivo es claro: los cuatro obispos del país han expresado de manera reiterada su preocupación por la situación del país y el sufrimiento de su población a través de una serie de cartas pastorales.

La suya es la única voz que se ha levantado contra un gobierno despótico que ha respondido limitando progresivamente las actividades sociales y caritativas de la Iglesia y nacionalizando las escuelas y centros de salud de titularidad eclesial, así como el instituto agrícola de los hermanos de La Salle y el instituto técnico de los salesianos.

La persecución no es algo del pasado sino un hecho bien presente, con diversos grados y modalidades: a veces la protagonizan los gobiernos, como en Nicaragua, Corea del Norte o Eritrea, en otros casos son grupos terroristas o ligados al narcotráfico, como sucede en Nigeria, Burkina Faso o México. El cristiano nunca la desea, pero sabe que, de un modo misterioso, acompaña el camino de la Iglesia en la historia. La denunciamos y, cuando es posible, la combatimos, pero no nos asombra demasiado, porque el discípulo no puede ser más que su Señor.

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