Posibilitar el amor, no impedirlo

José Luis Restán reflexiona sobre una carta de Cuaresma firmado por los obispos de Escandinavia

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Posibilitar el amor, no impedirlo

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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En estos días circula por doquier una hermosa carta de Cuaresma firmada por los obispos de las diócesis de Escandinavia sobre la sexualidad humana. ¿Quién nos iba a decir que del frío norte de Europa, moldeado primero por la Reforma protestante y conquistado después, aparentemente, por el relativismo absoluto, pudiese llegar una luz tan clara y tan cálida sobre un asunto que, en la mayoría de los casos preferimos eludir?

Es una carta escrita desde las entrañas de la Europa descristianizada, donde los católicos son una exigua minoría que no pretende defender ningún espacio, pero donde tienen el empuje de una fe experimentada como novedad radical que ofrece una esperanza imbatible. Sorprende que el texto es, al tiempo, claro y amable, firme y acogedor, arraigado en la Tradición católica y en diálogo con la cultura actual.

“Nuestra misión, dicen los obispos, es señalar la orientación del camino de los mandamientos de Cristo que son fuente de paz y de vida… No hemos recibidos el Orden Sagrado para predicar ideales pequeños de nuestra propia fabricación. La Iglesia es fraterna y hospitalaria, ella no excluye a nadie, pero fija un ideal elevado”.

Y al referirse al debate actual sobre la sexualidad y el género señalan que la Iglesia condena toda forma de discriminación injusta… pero rechaza una visión de la naturaleza humana separada de la integridad corporal de la persona, como si el género físico fuera accidental. Y protestan ante la imposición de esa visión a los niños, presentándola como si fuese una verdad probada. “Resulta llamativo, observan con sagacidad, que una sociedad tan atenta al cuerpo lo trate con superficialidad”, al no considerarlo decisivo para la identidad de cada persona. Como reconocen los obispos escandinavos, la enseñanza cristiana sobre la sexualidad causa hoy perplejidad en muchos, y eso es un desafío que la Iglesia debe acoger con estima hacia esas personas, con inteligencia, y con fidelidad a lo que Cristo nos ha confiado. En cualquier caso, “el fin de la enseñanza de la Iglesia es posibilitar el amor, no impedirlo”.

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