Raíces en el cielo
San Alberto Magno decía que el cristiano es como un árbol cuyas raíces se hunden en el cielo
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Raíces en el cielo
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San Alberto Magno decía que el cristiano es como un árbol cuyas raíces se hunden en el cielo. Es una paradoja, porque estamos acostumbrados a vincular nuestras raíces al pasado. Me ha hecho pensar en ello un artículo de un joven dominico francés, Adrien Candiard, en el que subraya que los cristianos de los primeros siglos tenían una conciencia muy clara de la novedad que su adhesión a la fe suponía respecto de sus orígenes culturales. Es muy cierto que la fe abraza y purifica ese bagaje del pasado, incluso exalta sus mejores aportaciones, pero también introduce un corte: lo que define al cristiano es su relación con Cristo, que sólo será plena en el futuro.
Evidentemente el cristianismo también forma parte de nuestro pasado, concretamente de nuestro pasado colectivo. El P. Candiard se refiere a la historia de Francia, pero lo mismo podemos decir de la de España, que está profundamente marcada en sus valores e instituciones, en la cultura y en el arte, por el cristianismo. La fe cristiana ha modelado en buena medida la historia de nuestros países, pero no está encerrada en esa historia, no es su prisionera, podríamos decir, porque siempre se orienta al futuro.
Es muy sugerente lo que dice Candiard: como cristianos tenemos una identidad dual. Somos ciudadanos con raíces en un pasado, y debemos participar en la discusión sobre cómo esa herencia cultural cristiana debe influir hoy en nuestra sociedad; pero al mismo tiempo, por el Bautismo, nuestras raíces se hunden en el cielo. La verdadera “herencia cristiana” no es un patrimonio artístico o jurídico, que desde luego hay que defender, sino la vida eterna de la que Dios nos ha hecho herederos, que empezamos a gustar ya, en cualquier circunstancia, por penosa que nos pueda resultar.