"Hay que ser muy ingenuo para creerse nada de lo que salga de la factoría Tezanos"

El codirector de 'Mediodía COPE' critica la falta de "credibilidad" del CIS y habla sobre su última encuesta demoscópica sobre migración

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El precio de convertir el CIS en el espejito mágico del PSOE, donde siempre sale más guapo que nadie, es la credibilidad. Hay que ser muy ingenuo para creerse nada de lo que salga de la factoría Tezanos. Pero el compañero Pepe Félix suele cargar la mano de la manipulación en la estimación de voto y en las preguntas capciosas; en otras áreas menos políticas, el trabajo sociológico de este instituto colonizado aún puede salvarse. 

Y por eso quizá debamos tomar nota de lo que acaba de decir el CIS sobre la migración, convertido según este sondeo en la mayor preocupación de los españoles. Es probable que el Gobierno y sus terminales mediáticas quieran usar este dato para echar la culpa a la derecha. Ya lo están haciendo, de hecho. Pero también tiene sentido que cunda cierta alarma entre los españoles en el momento en que España está padeciendo la mayor crisis migratoria que se recuerda.

La ruta canaria es hoy la principal autopista de la inmigración ilegal hacia Europa. Hoy mismo está previsto que lleguen a las costas del archipiélago una decena de cayucos. Una decena en un solo día. Y los que se quedan por el camino, que no siempre son noticia. Porque la ruta canaria es también la más letal, más que la mediterránea: se ha cobrado ya más de 700 vidas en los siete primeros meses de este año. Por eso el Papa insiste una y otra vez en que cuando demos las cifras no olvidemos la persona que está detrás de cada número. Y por eso también medita Francisco visitar Canarias próximamente.

Pero la responsabilidad de gestionar los flujos migratorios, en la medida de lo posible, es de los políticos. Empezando por el Gobierno central, que tiene la competencia del control de las fronteras, y que debería liderar el acuerdo a tres bandas entre Moncloa, el Gobierno canario y las comunidades autónomas del PP. Pero Sánchez no lo está haciendo porque su zona de confort no es el consenso sino el conflicto. 

Cuando se presenta un problema, el que sea, lo primero que piensa Pedro es cómo echarle la culpa a la oposición. Solucionarlo exigiría capacidad de gestión, y esa no es la especialidad en Casa Sánchez. Sobre todo si la solución pasa por pactar con el PP, porque la mano de alguien del PP le produce urticaria al presidente. Pero aun así Feijóo está obligado a tendérsela para que juntos firmen de una vez y pronto, quizá la semana que viene, un acuerdo de Estado que saque la migración de la gresca partidista. Eso es lo responsable, por solidaridad con Canarias y por solidaridad sobre todo con las personas, muchas de ellas menores, que se hacinan en sus saturados recursos.

Precisamente Feijóo viaja hoy a Roma para entrevistarse con Giorgia Meloni, que acaba de recibir también la visita de Keir Starmer, el primer ministro de Reino Unido. Starmer es laborista, pero pertenece a una izquierda sensata que se da cuenta del riesgo que supone el desorden migratorio para la cohesión de una sociedad. Lo vivió al poco de acceder al cargo con los disturbios alentados en las redes por activistas xenófobos. También Olaf Scholtz, canciller socialista alemán, está aprendiendo de Meloni. Su fórmula no es ningún misterio: invierte miles de millones de euros en los países emisores de migración y endurece las condiciones de residencia en Italia para desincentivar la llegada de irregulares. De este modo ha atenuado el efecto llamada. Y de este modo también mueren menos personas en el Mediterráneo.

La inmigración es el fenómeno más decisivo de nuestro tiempo. Pero cuando hablamos de inmigración conviene alejarse de dos extremos igualmente perversos. Del buenismo, que traiciona la promesa de integración que reciben los que se juegan la vida en el mar por el sueño de un futuro vivible. Pero también debemos alejarnos de quienes vinculan sin más inmigración y delincuencia para impulsar su agenda política o para justificar su mal disimulada xenofobia. No hay soluciones sencillas a la crisis migratoria. Pero podemos empezar por reconocer esa complejidad, y pedir a nuestros políticos que hagan lo mismo.

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