"Los jóvenes valencianos se han ganado el respeto del resto de generaciones. España así tiene futuro"

"Los jóvenes que está limpiando las calles del fango de la DANA no están jugando a TikTok" destaca en su editorial Jorge Bustos

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Iba a decir que estoy, en este momento, en un escenario de guerra, pero no es verdad. Estoy en un escenario de posguerra, y no es lo mismo. La guerra, que trae la DANA, destruye. La posguerra, que es el momento de la solidaridad, construye. 

Al fin luce el sol en Valencia, huele a lodo, se respira una especie de olor viciado a humedad descompuesta. Suena a veces por encima de mí un helicóptero de la Policía, y también a veces las campanas de una parroquia. Y lo que veo, lo que veo delante de mí ahora mismo, es fe. Veo esperanza, y veo caridad también

Hemos improvisado un estudio, aquí al aire libre, con una mesa embarrada y un banco de piedra. Y el mejor retablo posible, que es el espectáculo de la gente ayudando y de la gente siendo ayudada. Te aseguro que es todo un espectáculo. El espectáculo de la generosidad. La parroquia de Nuestra Señora de Gracia, donde me encuentro en estos momentos, en La Placita, se ha convertido en el banco de alimentos más decisivo del sur de Valencia, en el barrio de La Torre, en la pedanía que se asoma a la zona cero de la catástrofe. La zona de la capital que más ha sufrido la DANA. 

En La Placita se abren, digamos, tres ventanillas. Una para suministrar agua. Otra para las donaciones, para las furgonetas, camiones desde todos los puntos de España que están descargando las 24 horas del día comida, agua, enseres necesarios en esta parroquia. Y la tercera ventanilla, que está precedida por una gran cola de familias, de personas que no deja de afluir, ahí se reparten bienes de primera necesidad. Desde lejía, hasta galletas, papel higiénico, hasta "dodotis", hasta arroz, todo lo que te puedas imaginar. Es una especie de "Mercadona".

"Mercadona" de buena voluntad, me decía Arnau, que es el coordinador de todos los voluntarios de esta parroquia convertida en asistencia para el barrio más castigado por la catástrofe. A un par de calles de aquí, solo a un par de calles de aquí, se registró en un garaje una cifra de nueve víctimas mortales. Y el párroco de este lugar, don Salvador, que tiene un nombre perfecto para la ocasión, lleva desde el viernes pasado a las tres de la tarde atendiendo el flujo constante de personas que lo han perdido todo y que necesitan comer, que necesitan beber, que necesitan elementos de primera necesidad. El barrio de la Torre, al que nos ha costado acceder desde el hotel esta mañana, casi cerca de dos horas, cuando en realidad el trayecto se tardaría 20 minutos en circunstancias normales, es una pedanía popular. Hay casas bajas y hay gente que todavía no ha podido salir, gente mayor, a la que una especie de cuerpo de carteros solidarios, por llamarlo de alguna forma, reparte packs de supervivencia, desde aquí, desde la parroquia, todas las mañanas, para que puedan comer.

Está separado del centro por el nuevo cauce del Turia, que es aquella obra que se hizo después del 57 y que ha salvado al centro de Valencia de una catástrofe muchísimo mayor. La ciudad ha separado escenas que me han llamado mucho la atención. Viniendo hacia aquí, veías ejércitos auténticos de jóvenes empuñando escobas, empuñando grandes cubos de agua, enfundados en sus botas de plástico, esperando en la marquesina del autobús para ir a limpiar. 

Esta es la nueva normalidad de los valencianos. Se encaran a diario con la desolación. 

¿Y cómo es posible que no se vengan abajo? Me pregunto cuando ves lo que estoy viendo. Supongo que no se vienen abajo porque se soportan entre sí, se aguantan entre sí, se animan entre sí, se miran y comparten un único propósito, que es la reconstrucción, que es salir adelante. Y mutuamente de ese impulso solidario nace la esperanza.

Pienso en aquella frase estúpida de Jean Paul Sartre, el filósofo que dijo que el infierno son los otros. No es verdad. El infierno era la DANA, los otros son el paraíso. 

Y quiero hacer para acabar una mención especial a los jóvenes. A los jóvenes a los que a veces, yo mismo me acuso, hemos tratado como si fuera una generación estúpida, ensimismada, en sus pantallitas, en sus redes sociales. Aquí nadie se ve, aquí no se ve ningún joven jugando al TikTok. Aquí se ve la gente empuñando una pala y recorriendo la ciudad con su cubo y sus botas. Yo no sé lo que votarán estos jóvenes si votan, pero creo que se han ganado el respeto del resto de generaciones. España así tiene futuro".

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