Los tres caminos que la Iglesia nos ofrece para vivir de la mejor manera este tiempo de Cuaresma
El periodista y sacerdote Josetxo Vera reflexiona en 'Siempre aprendiendo' sobre este tiempo de preparaciòn a la Pascua que empieza con el rito de la ceniza
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Un tiempo especial para la conversión es el tiempo de la Cuaresma. Desde este Miércoles de Ceniza entramos en este tiempo que dura hasta el Jueves Santo. El objetivo de este tiempo es preparar el misterio central de nuestra fe, la pasión, muerte y resurrección de Cristo, la nueva y definitiva alianza por la que todos somos salvados del pecado y de la muerte.
A lo largo de los siglos este tiempo de preparación ha ido cambiando de duración. La celebración de la Pascua estaba muy metida en el pueblo judío, la celebran cada año en el 14 del mes de Nisán y, desde el primer momento, recordando las palabras del Señor, sus seguidores también celebran la nueva Pascua, la victoria de Jesucristo sobre el pecado y sobre la muerte, la nueva y definitiva alianza. Y así se llega a nuestros días, celebramos la Pascua el domingo primero después de la luna llena de primavera y por eso cada año cambia la fecha. Y para celebrarla con rotundidad la Iglesia nos invita a seis semanas de preparación, el tiempo de la Cuaresma. Alguna vez hemos dicho que en la Iglesia hay dos tiempos fuertes de celebración, Navidad y Pascua, que vienen precedidos por un tiempo fuerte de preparación, el Adviento y la Cuaresma.
Para estar preparados la Iglesia nos propone para este tiempo de Cuaresma algunos caminos necesarios para preparar nuestro corazón a la Pascua. Hay que tener en cuenta que es una preparación espiritual: en primer lugar, las palabras del Señor que escuchamos cuando nos impone las cenizas nos habla de cuál es el cambio que tenemos que hacer para este tiempo de Cuaresma: “Conviértete y cree en el Evangelio”.
Son dos cosas distintas. Creer en el Evangelio es más sencillo, ya lo tenemos integrado, creemos en su mensaje salvador que nos llega a través de la Iglesia. Entonces la Iglesia nos invita a convertirnos y eso es una pelea constante. En la vida cristiana cuando no se avanza, se retrocede. Por eso constantemente estamos llamados a la conversión. Cada uno tenemos nuestra dosis de derrota diaria y cada uno tenemos la dosis de llamada a la conversión.
Los caminos que la Iglesia nos ofrece para esta conversión son especialmente tres: el ayuno, la oración y la limosna.
El ayuno en el fondo es vencernos a nosotros mismos. A veces nosotros somos nuestros peores enemigos, los que más limitan nuestra comunión con Dios, nuestra entrega en esta vida cristiana. Tenemos que vencer nuestra pereza, nuestra ira, nuestro egoísmo. Y eso se vence en una lucha constante, imponiéndonos a nosotros mismos unas normas de vida cristiana coherentes con el Evangelio, normas que implican renuncias, un esfuerzo por modificar lo que dentro de nosotros nos aleja de Dios por acercarnos más al amor al prójimo.
La limosna nos obliga a poner atención a los otros. Estar atentos a sus necesidades, a sus miserias, a sus proyectos y obligaciones. Poner a los demás más en el centro de nuestra vida. Algunos necesitarán una ayuda económica, otros simplemente nuestra cercanía y amistad. No siempre tenemos dinero para dar, pero casi siempre tenemos tiempo para los demás y podemos organizar nuestro tiempo para que sienten nuestra compañía. Y siempre tenemos corazón para amar al prójimo. De modo que esa limosna, que tiene muchos cauces distintos, nosotros hay muchas de esas necesidades que podemos atender.
La oración lo que hace es ponernos en el centro de nuestra vida a Dios. Encontrarnos con él, adorarlo, alabarlo y imitarlo. Cuando nos vean a nosotros actuar, vean al mismo Cristo. Esa oración es el camino al discipulado. Podemos acercarnos a los demás y a Dios con esa imitación perfecta de Jesucristo.
Los tres caminos son las condiciones y la expresión de nuestra conversión. Cuando hacemos ayuno se hace visible el camino de conversión y se hace visible para los demás una persona que es dueña de sí misma. Cuando hacemos oración hacemos visible que tenemos en nuestro centro al Señor. Y cuando hacemos limosna hacemos visible que los demás son importantes para nosotros. De modo que esos tres caminos de la conversión son condiciones para nuestra conversión y al mismo tiempo expresan esa conversión.
Dice el Papa Francisco que “la vía de la pobreza y de la privación, la mirada hacia el hombre herido y el diálogo filial con el Padre nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante”. El Papa nos invita, en este tiempo de Cuaresma, a vivir una fe profunda, sincera, a mantener una esperanza viva y una caridad al prójimo que actúa.
Este plan de 40 días tiene que incluir un plan para Dios, para los demás y un tiempo para las luchas concretas contra nosotros mismos, los peores enemigos de nuestra propia conversión. Tenemos que saber que en este tiempo el Señor nos ofrece a nosotros muchas herramientas para vivir una buena Cuaresma. A través de la Iglesia el Señor nos cuida. Tendremos en nuestra parroquias el rito de las cenizas este miércoles, tendremos celebraciones penitenciales o aumentarán el tiempo de confesión. Seguramente habrá adoraciones con el Santísimo, charlas cuaresmales, retiros. La Iglesia, aun en medio de la pandemia, nos olvida de nosotros.
También el Papa Francisco ha lanzado un mensaje para este tiempo de Cuaresma y nos pide mirar a Jesús, “aquel que se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, una muerte de cruz” y nos pide “renovar la fe, la esperanza y la caridad”. Dice el Papa que la fe “nos llama a coger la verdad, a vivirla en nuestro interior y a ser testigos ante los demás”. Por tanto, vivir con la esperanza y la serenidad que Jesucristo, al tercer día, resucitará. Especialmente en este tiempo Jesús nos habla del futuro, esperar con Él y creer que nuestra historia no termina con nuestro pecado.
La esperanza se hace fuerte con el sacramento del perdón y la Iglesia nos dice que tenemos futuro, hay esperanza para nosotros. En la Cuaresma tenemos que estar atentos a que esa esperanza que nosotros vivimos la transmitamos a los demás. Y el Papa además nos habla de la caridad, vivida seguida a Jesucristo. Es un amor que se compadece, que acompaña, que impulsa nuestro corazón para salir de nosotros mismos y para establecer vínculos de relación con los demás.