Carta del arzobispo de Valencia: «Corpus en Valencia»
Antonio Cañizares asegura en su escrito semanal que «celebrar la presencia real de Cristo vivo en la Eucaristía implica descubrir su rostro en el rostro de los pobres»
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La Iglesia entera en todos los rincones de la tierra, y Valencia de modo particular, celebramos este domingo con júbilo grande la solemnidad del “Cuerpo y de la Sangre de Cristo”. Fiesta de fe, por encima de todo; celebración del “misterio de la fe”, que es fuente y cima de toda la vida
cristiana, centro en el que confluye la totalidad de la Iglesia. Los cristianos valencianos tenemos muy en el núcleo de nuestra identidad la Eucaristía. Valencia es un pueblo eucarístico. Que nada distraiga a la comunidad cristiana de la celebración de lo que es verdaderamente sustancial en esta fiesta: proclamación de fe en la presencia real del Cuerpo de Cristo, Amor de los amores entregado por nosotros, inagotable fuente de amor de la que brota la caridad de los cristianos que cumplen el mandamiento nuevo de Jesucristo -”amaos unos a otros como yo os he amado”; fiesta de adoración al Señor, llamada a la santidad.
El esplendor del Corpus ha de ser el esplendor y el brillo de la caridad y del amor fraterno, la entrega y el servicio, la solidaridad con los pobres y afligidos. Las obras de caridad son exigencia misma del Sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor que nos ha de llevar a compartir el pan eucarístico y el pan de cada día que Dios ha puesto en la mesa de los hombres. No podemos ensombrecer la celebración del Corpus con nuestro egoísmo, encerrándonos en nuestra propia carne, rompiendo la comunión y la paz, destruyendo la unidad, pasando de largo del hombre despojado y marginado en la orilla del camino. No podemos recibir el Cuerpo de Cristo y sentirnos alejados de los que sienten conculcada su dignidad, tienen hambre y sed, son explotados o extranjeros, inmigrantes, refugiados, están encarcelados o se encuentran enfermos, están amenazados en su vida - aunque sea no nacida, o aunque sea terminal y ya con baja calidad según criterios al uso-, o sea objeto de la violencia dispuesta siempre a matar y a dañar-. Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregado por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más necesitados, en los más pobres, sus hermanos.
Celebrar la presencia real de Cristo vivo en la Eucaristía implica descubrir su rostro en el rostro de los pobres con los que Él se identifica explícitamente en el capítulo 25 del evangelio de San Mateo. Como nos recordó San Juan Pablo II en su carta “Al comenzar el nuevo Milenio”, “esta página, el capítulo 25 de san Mateo, no es una simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo. Sobre esta página, la Iglesia comprueba su fidelidad como esposa de Cristo, no menos que sobre el ámbito de la ortodoxia” (NMI 49).
Participar en el misterio eucarístico es e implica entrar en comunión con Cristo. Es sacramento de comunión que hace la Iglesia, “sacramento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). La comunión “encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia. La comunión es el fruto y la manifestación de aquel amor que, surgiendo del corazón del eterno Padre, se derrama en nosotros a través del Espíritu que Jesús nos da (cf Rm 5,5), para hacer de todos nosotros ‘un solo corazón y una sola alma ’(Hch 4,32)” (NMI 42), por la misma “fracción del pan” o Eucaristía. “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que hace veintidós años comenzamos, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo” (NMI 43). Esto exige centrar la vida de la Iglesia y de cada uno de los creyentes y de las comunidades en la Eucaristía, fuente de comunión.
Esta comunión es ante todo unidad en Cristo y su doctrina, en la fe y la moral, en los sacramentos, en la obediencia al ministerio apostólico, en la adhesión inquebrantable y en la fidelidad al Papa, en los medios comunes de santidad, en las grandes normas de disciplina, en la caridad fraterna que es vínculo y ceñidor de toda unidad consumada. La comunión en la Iglesia tiene sus propias exigencias internas, la primera de las cuales es la comunión con Dios. Los cristianos están en comunión unos con otros porque primariamente están en comunión con el Padre y con su Hijo en el Espíritu Santo. Sólo en el encuentro y comunión con Dios, la Iglesia recibe su vigor y vitalidad. Hoy el problema mayor con que nos topamos es el encuentro con Dios, la vida en Dios y desde Él. Celebremos con esta perspectiva la fiesta de “Corpus” en Valencia este año: celebrémosla con verdadero sentido de adoración, con alegría de la fiesta del Señor, la fiesta del “Amor de los Amores”, y dejemos que ese amor penetre en nuestras vidas y se manifieste en el amor a los más pobres y necesitados.
+ Antonio Cañizares Llovera
Cardenal arzobispo de Valencia