Carta del obispo de Astorga: «Inteligencia artificial»
En su carta pastoral de esta semana Jesús Fernández nos alerta sobre la deshumanización a la que nos puede llevar el uso de las nuevas tecnologías sin control
Madrid - Publicado el - Actualizado
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Últimamente se está hablando mucho de la Inteligencia Artificial (IA). ¿La razón? La aparición del chatGPT, un programa de conversación que, sin pedir permiso, se nos ha colado en nuestro ordenador para ofrecerse a responder a nuestras preguntas. Sin duda, supone un paso revolucionario en la forma de adquirir conocimiento. Su uso se ha hecho masivo entre estudiantes. De hecho, en abril, ya superaba los 187 millones de usuarios.
El primer riesgo avistado por los docentes ha sido el del plagio de trabajos de investigación porque, efectivamente, la herramienta puede redactar textos de calidad sobre un tema concreto, haciendo innecesario el esfuerzo del alumno por investigar y elaborar una respuesta propia. Aún más. Se percibe que este instrumento no desarrolla el pensamiento crítico, fundamental en una sociedad democrática y libre, y puede dar una información parcial y falsa. A todo esto, hay que añadir también la amenaza que supone la destrucción de millones de puestos de trabajo en los próximos años, condenando a los trabajadores a la ociosidad y el subsidio.
Todo esto, ha llevado a la Unesco a reclamar a los gobiernos del mundo una respuesta coordinada al problema, priorizando la “seguridad y la trasparencia”. De momento, sólo una de cada diez escuelas y universidades tiene algún plan de respuesta. Bien es cierto que, en España, se está intensificando el debate, incluso alguna Autonomía se plantea incluir alguna asignatura sobre la IA.
Una vez más nos sale al paso un nuevo elemento tecnológico con cara de bueno, inocuo y eficiente. Lo hace pillándonos desprevenidos y sin la compañía de un “libro de instrucciones”. Cualquier aparato que caiga en nuestras manos, por sencillo que sea, viene acompañado de una serie de detalles para su buen uso. Entre ellos, no faltan los referidos a los riesgos que puede acarrear su utilización. Éste invento carece de estas notas preventivas.
No nos dejemos engañar: la tecnología no es un instrumento neutro ni fácil de dominar. Tiende a imponerse a nuestra voluntad, incluso la suplanta. Basta comprobar la legión de adictos enganchados al teléfono móvil. Además, nos empuja a la pasividad. No podemos negar que nos hace la vida más cómoda, pero a costa de hacernos más amorfos e incapaces de responder a los retos que nos presenta la vida. Otra consecuencia del uso tecnológico es que, al darnos poderes de los que careceríamos sin ella, nos hace creernos semidioses, lo que nos aleja de Dios. En definitiva, la tecnología dejada a sí misma, nos deshumaniza.
Ciertamente entorpece nuestro crecimiento personal al anular las capacidades humanas superiores: el pensamiento, la creatividad artística y literaria, la relación social y religiosa. Asusta pensar que, algún día no muy lejano, muchas personas, sobre todo niños y jóvenes, puedan tener más amigos virtuales que reales. Estos supuestos amigos, diseñados por empresas interesadas en conocer y orientar los gustos personales, no tendrán reparo en vigilar y obtener suculentos beneficios gracias a su tecnología invasiva.
Ante este panorama, no resulta fácil mantener en pie la esperanza. El mundo del dinero está fuerte y el político suele seguirle el juego. En este campo de la IA se mueven muchos intereses y ponerles puertas parece imposible. Apelamos a la conciencia de las personas que quieren seguir siendo libres y a las familias y comunidades que desean que sus miembros lo sean también. En cualquier caso, nos consuela saber que somos muchos los que nunca cambiaríamos un amigo de carne y hueso por otro virtual.
+ Jesús Fernandez
Obispo de Astorga