Carta del obispo de Ciudad Real: «No tengáis miedo»

Gerardo Melgar nos recuerda esta semana que para lograr la felicidad eterna hemos de tomarnos en serio a Dios y ser sus testigos en nuestra vida de cada día

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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Si hacemos un análisis, aunque sea superficial, de nuestra sociedad actual, es una sociedad de miedos:

Existe miedo a perder el trabajo que se tiene porque no existe seguridad de tenerlo para siempre y tener un trabajo digno.

Se tiene miedo a la enfermedad, al dolor, a la muerte, porque muchas personas no creen en la otra vida que Cristo nos promete, y piensan que todo se acaba en esta, por eso, se huye de pensar en ello porque da miedo.

Los matrimonios tienen miedo a que llegue un momento en el que no se entiendan y se produzca en su relación conyugal una ruptura, un fracaso de esta, y tengan que optar por otro camino.

Se tiene miedo a la violencia que nos pueda llegar en un momento determinado, por diversos motivos o sin motivos, haciéndonos perder la paz que se disfruta y sufrir porque otros nos hagan la vida imposible.

Se teme perder la cordura y la cabeza y caer en una enfermedad psíquica por los muchos problemas que nos acosan.

Se tiene miedo a perder la fe, ante un ambiente descristianizado y sin valoración de Dios y de los valores espirituales en la vida.

Se tiene miedo a la vida porque no se encuentra sentido de la misma.

Así podríamos seguir y seguir la lista de miedos que son reales, que viven con nosotros, que nos atacan constantemente unos u otros y de una manera u otra.

En este pasaje del Evangelio de San Mateo 10, 26-33 que proclamaremos en la eucaristía de este domingo aparece por tres veces (vv. 26, 28 y 31) la expresión de Jesús que nos dice: «No tengáis miedo».

No se trata de que tengamos que quitar el miedo como sentimiento humano, sino que se nos dice que el seguidor de Jesús que pueda sentir o que sienta miedo, que ese miedo no lo paralice ni detenga su vivencia de la fe ni el testimonio que debe dar ante las dificultades. Que sea consciente de que todo está en manos de Dios, que Dios es un Dios providente que cuida de nosotros y que nada sucede sin que nuestro Padre celestial lo consienta. Debemos vivir todo lo que nos da la vida, bueno o menos bueno, más fácil o más difícil, todo, hemos de vivirlo desde nuestra fe, desde la confianza y la esperanza de saber y creer en ese Dios que cuida de todos nosotros y de todo lo nuestro.

Es una llamada clara que el Señor nos hace a que veamos que la fe en Dios y su presencia en nuestra vida, da sentido a todo, porque Él es el que tiene la última palabra y la última palabra de Dios es siempre una palabra de amor, de misericordia, de providencia y cuidado de nosotros en todos los aspectos y en todo lo que compone nuestra vida.

La fe nos lleva a confiar sin límites en el Señor, porque sabemos que la historia de Dios con cada uno de nosotros es una historia de amor, de perdón, de querer lo mejor para cada uno, aunque a veces no entendamos lo que Dios permite en nuestra vida.

Nosotros valemos ante Dios mucho más que los pájaros y, si a los pájaros los cuida con amor, mucho más nos cuidara a nosotros y nos dará todo aquello que nos haga felices aquí en la vida terrena y, sobre todo, nos dará la vida eterna.

Para lograr la felicidad eterna hemos de vivir desde lo que el Señor nos pone en el Evangelio como estilo de vida de sus seguidores, amando a Dios y amando a los hermanos, tomando en serio a Dios y siendo testigos del Señor en nuestra vida de cada día, porque cuando nosotros vivimos desde Cristo y sabemos ser testigos ante los demás que conviven con nosotros de lo que Cristo nos pide, entonces, cuando nos presentemos ante el Padre para rendirle cuentas de nuestra vida, el mismo Cristo estará de nuestra parte para que Dios nos dé la posesión de lo que nos ha preparado para vivirlo eternamente.

Actualicemos cada día nuestra fe y nuestra confianza en el Señor. No nos quedemos aturdidos y paralizados por las dificultades que tenemos para vivir nuestra fe, porque sabemos que no estamos solos, que Dios, que es un Dios providente que nos quiere, nos dará todo lo que necesitemos para poder responderle con generosidad y vivir el estilo de vida que Cristo nos ofrece en el evangelio y que nos ha pedido que vivamos.

+ Gerardo Melgar Viciosa

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