Carta del obispo de Huesca y Jaca: «Corpus Christi»

Julián Ruiz Martorell reflexiona en su carta de esta semana sobre la festividad del Corpus, que celebramos el próximo domingo

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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Queridos hermanos en el Señor:

Os deseo gracia y paz.

Nuestra existencia es un progresivo caminar hacia el Señor. Somos buscadores del Señor, deseamos vivir de su presencia.

Dios sale a nuestro encuentro. El Verbo se hace carne, habita entre nosotros y podemos contemplar su gloria. Cristo nos dice: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6, 51). Añade: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6,56).

Jesucristo afirma: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía” (Lc 22,19). Y nos dice: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20).

La solemnidad del “Corpus Christi” subraya la importancia de la adoración. Los magos de Oriente dijeron: “hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (Mt 2,2) y el evangelista afirma: “Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron” (Mt 2,11). “La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2628).

“Adorar es encontrarse con Jesús sin la lista de peticiones, pero con la única solicitud de estar con Él. Es descubrir que la alegría y la paz crecen con la alabanza y la acción de gracias. Cuando adoramos, permitimos que Jesús nos sane y nos cambie. Al adorar, le damos al Señor la oportunidad de transformarnos con su amor, de iluminar nuestra oscuridad, de darnos fuerza en la debilidad y valentía en las pruebas. Adorar es ir a lo esencial: es la forma de desintoxicarse de muchas cosas inútiles, de adicciones que adormecen el corazón y aturden la mente. De hecho, al adorar uno aprende a rechazar lo que no debe ser adorado: el dios del dinero, el dios del consumo, el dios del placer, el dios del éxito, nuestro yo erigido en dios. Adorar es hacerse pequeño en presencia del Altísimo, descubrir ante Él que la grandeza de la vida no consiste en tener, sino en amar. Adorar es redescubrirnos hermanos y hermanas frente al misterio del amor que supera toda distancia: es obtener el bien de la fuente, es encontrar en el Dios cercano la valentía para aproximarnos a los demás. Adorar es saber guardar silencio ante la Palabra divina, para aprender a decir palabras que no duelen, sino que consuelan” (Papa Francisco, Homilía, 6 enero 2020).

Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

+ Julián Ruiz Martorell

Obispo de Huesca y Jaca

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