Carta del obispo de Segovia: «Emaús, retorno a la comunión»
En relación al Evangelio de este domingo, César Franco nos recuerda que este pasaje bíblico es válido para cualquier época ya que refleja bien la falta de fe
Madrid - Publicado el
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La escena de Emaús es un paradigma de la vida de la Iglesia que vale para todas las épocas. Se puede contemplar desde la presencia de Cristo que nos alienta en el camino; o desde la importancia de la Palabra de Dios que debemos saber leer; o desde la Eucaristía que revela al Cristo glorioso. También es una lección contra la desesperanza de quienes hubieran preferido un mesías distinto.
Hay algo, sin embargo, que explica el relato, aunque no se explicite claramente. Si nos preguntamos por qué los discípulos de Emaús han perdido la fe, encontramos la respuesta en algo que ellos mismos dicen y ponen en entredicho: no han creído en el anuncio de las mujeres y en el mensaje de los ángeles que dicen «que está vivo». Por eso, se alejan de la comunidad de Jerusalén. Cuando Jesús se acerca a ellos «sus ojos no eran capaces de reconocerlo». Y al iniciar la conversación, «ellos se detuvieron con aire entristecido». Estos dos apuntes reflejan muy bien la falta de fe: tristeza e incapacidad para ver.
La pedagogía de Jesús con estos discípulos es admirable: entra en sus preocupaciones, deja que expansionen su alma y cuenten su visión de las cosas, limitada a sus prejuicios. Después de escucharlos, Jesús les explica lo sucedido desde la perspectiva más amplia de la revelación. Y comenzando por Moisés… les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. Los dos discípulos, en realidad, habían contado muy bien lo sucedido con Jesús, pero no lo habían interpretado desde la totalidad de la Escritura.
Cuando finalmente Jesús se revela en la fracción del pan, comprenden la verdad porque la explicación de las Escrituras, hecha por Jesús, enardeció su corazón. Entonces se levantan y, a pesar de la hora —motivo por el que piden a Jesús que se queden con ellos— retornan a Jerusalén y encuentran a los Once y sus compañeros reunidos que les dicen: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Pedro». Ellos, a su vez, contaron lo que les había sucedido y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Podemos decir que los de Emaús han vuelto a la casa que nunca debieron abandonar. Han retornado a la comunión que sustenta la Iglesia. Jesús se muestra desde el primer día de la resurrección como el buen pastor que va en busca de la oveja perdida. Muchos pueden ser los motivos por los que un cristiano puede abandonar la Iglesia: desconfianza, prejuicios, modos de explicar la fe… En la Iglesia de Jerusalén no todo funcionaba bien, ni todos creyeron en el anuncio de María Magdalena, de las mujeres, de Pedro y Juan. Pero permanecieron unidos a pesar de las dudas e incertidumbres. Y el Señor fue descorriendo el velo del misterio. Con los de Emaús hizo lo mismo: les condujo a la fracción del pan y a la comprensión de que estaba vivo, que ellos habían rechazado de plano. El retorno a Jerusalén hizo el resto. Allí había sucedido una experiencia semejante que llevó a la convicción de que «era verdad».
La pretensión de ser cristiano fuera de la comunión de la iglesia es una quimera imposible. A Jesús se le encuentra en los suyos, en la comunidad fundada por él y reunida en su nombre. Sabemos que esta comunidad no es humanamente perfecta porque el mismo Cristo ha querido contar con su fragilidad, pero es su Iglesia, la única que existe. Cuando el resucitado se aparece a Saulo de Tarso en el camino hacia Damasco y este le pregunta quién es, Jesús responde: «soy Jesús a quien tú persigues». En realidad, Saulo no perseguía a Jesús, sino a sus seguidores. Jesús se identifica con ellos y le hace ver que forman un solo cuerpo. De otra manera, es lo que sucede en Emaús. Los que abandonaron la casa vuelven a ella conducidos por el cayado del Buen Pastor.
+ César Franco
Obispo de Segovia