Las dos mujeres francesas que impulsaron el sostenimiento de los sacerdotes en los territorios en misión
Estefanía y Juana Birgard recibieron una carta del obispo de Nagasaki en 1899. Después de leerla, lanzaron un proyecto para ayudar a toda la Iglesia
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Uno de los bienes más apreciados de la Iglesia son los sacerdotes. Ellos son los que dispensan los Sacramentos, celebran el Bautismo, la Eucaristía, el Matrimonio, escuchan en Confesión y dan la Unción de Enfermos. Sin embargo, su cifra de crecimiento no acompaña a la del número de católicos. Según los datos de los anuarios pontificios de 2017, el número de sacerdotes descendió en 387 hasta un total de 414.582. Según esos datos, hay un sacerdote para cada más de 3.000 fieles.
La Iglesia está presente en los cinco continentes. En todos ellos, con más o menos dificultades, hay sacerdotes. Los territorios de misión son lugares en los que la huella de la Iglesia ha tardado en notarse y en que la presencia de sacerdotes o misioneros no ha sido siempre bien recibida. Sin embargo, el dato de vocaciones sorprende. Según Obras Misionales Pontificias, se han multiplicado. Los sacerdotes de estos territorios – un tercio de la Iglesia – casi han duplicado su número en los últimos 30 años, pasando de de 46.932 a 88.138.
Las dos mujeres que inspiraron a la Iglesia para sostener vocaciones sacerdotales locales en las misiones
Este dato es un mérito de la acción de Dios en la inspiración de dos mujeres. Eran una madre y una hija de origen francés las que insistieron hasta conseguir que la Iglesia se implicase en el sostenimiento de las vocaciones en los territorios misioneros. Esas vocaciones crecen, se mantienen vivas y ofrecen sus dones, en parte, gracias a ellas.
Estefanía y Juana Birgard eran dos mujeres francesas de profunda fe. Un día de 1899 cayó en sus manos una carta del obispo francés de Nagasaki, en Japón. La misiva del prelado hablaba del miedo de los cristianos japoneses de acercarse a los sacerdotes y misioneros extranjeros por miedo a la represión.
El obispo argumentaba que eso sería más difícil que ocurriese si los sacerdotes fuesen nativos, del propio Japón. Esas dos noticias impactaron mucho a las mujeres, que se lanzaron a un proyecto ilusionante: el nacimiento y sostenimiento de vocaciones locales en los países en misión. Por ello, pusieron en marcha una obra para llevarlo a cabo. A la vez, insistían a la Iglesia para que se implicase de forma directa en esa atención.
Ambas mujeres lo consiguieron del Papa Pío XI. El pontífice vio los frutos que estaban surgiendo de la iniciativa y la hizo suya y de toda la Iglesia. Así, en 1922, nació la Obra Pontificia de San Pedro Apóstol.
Los laicos, los más interesados en que haya sacerdotes
Cada año, se celebran la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y la Jornada de Vocaciones Nativas. La generosidad de fieles de todo el mundo ayuda a mantener a los sacerdotes y a la Iglesia en todo el mundo. En este proyecto de oración y donación, también hay una curiosidad. Se reza y se da dinero a la Iglesia para formar y hacer surgir candidatos al sacerdocio...y quienes más se implican son los laicos. El objetivo de estas jornadas ya lo anunció San Juan Pablo II: se trata de lograr “que no se pierda ninguna vocación por falta de medios económicos”.
La aportación de España el año pasado rozó los dos millones de euros. Eso se tradujo en la ayuda a más de 5.000 vocaciones en las misiones y a 225 formadores de esos futuros sacerdotes.
En el mundo hay alrededor de 1.317.000.000 millones de católicos. Desde 2017 hasta hoy, se han incorporado cerca de 14 millones de nuevos fieles. Miles de millones de personas que siguen a Jesús, que lo buscan, que quieren vivir libremente una relación con Él, que creen que Él está vivo. La Iglesia católica los acoge y los quiere a cada uno de ellos, y ofrece a los sacerdotes, religiosos y personas consagradas como puentes para velar por ese amor por Cristo, lo más valioso que poseen.