Carta pastoral de Mons. Atilano Rodríguez: 'Jornada Mundial de los pobres'

Carta pastoral de Mons. Atilano Rodríguez: ‘Jornada Mundial de los pobres’

Agencia SIC

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Jesús, durante los años de su vida pública, vive pobremente, muestra su cercanía a los enfermos, ofrece ayuda a los necesitados y comparte con ellos la misma suerte. En distintos momentos, se acerca a quienes sufren, escucha sus necesidades y les ofrece la respuesta que necesitan para solucionar sus carencias. Es más, señala que él mismo se hace presente en los sufrimientos, marginación y pobreza de los necesitados: “Lo que hagáis o dejéis de hacer a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hacéis”.

Ante la contemplación de la pobreza humana, material o espiritual, de tantos hermanos, a quienes en ocasiones se les culpa de su situación, nadie debería mirar para otro lado ni recluirse en sus intereses particulares. El Señor nos pide que le descubramos presente en cada uno de ellos, que les prestemos nuestra voz para defender sus causas justas y que compartamos con ellos tiempo y solidaridad. Acercarnos a los pobres y tocar su carne dolorida, significa tocar la carne de Jesucristo, pues ellos son el sacramento de Cristo, representan su persona y remiten a él.

Como seguidores de Jesucristo, hemos de avanzar constantemente por el camino de la conversión y cambiar de mentalidad. Esto quiere decir que el verdadero discípulo, si quiere ser apóstol y evangelizador, ha de permanecer siempre atento y disponible para liberarse de todo aquello que le impide alcanzar la verdadera felicidad y para reconocer lo que perdura en el tiempo sin que nadie ni nada pueda destruirlo.

En nuestros días, debido a los fenómenos naturales, al cambio climático y a la propagación de la pandemia del virus, los pobres han aumentado en el mundo y seguirán aumentando en los próximos años. Como consecuencia de este incremento de la pobreza, las personas más vulnerables carecen ya de los bienes de primera necesidad. Las largas “colas del hambre” que persisten en muchas ciudades del mundo son la mejor expresión de este deterioro que afecta desgraciadamente a muchas personas.

Los cristianos hemos de orar al Padre por la solución de estas pobrezas y hemos de colaborar económicamente para que estos hermanos reciban la ayuda que precisan a través de Cáritas o de otras instituciones caritativas de la Iglesia. Pero, además, conscientes de que estas aportaciones no pueden solucionar los problemas de los empobrecidos, hemos de pedir a quienes ostentan responsabilidades políticas y sociales que pongan los medios necesarios para favorecer el empleo, para impulsar la formación de los excluidos y para que todo ser humano vea respetados sus derechos y su dignidad.

Contemplando el testimonio de tantos santos y santas, que a lo largo de la historia de la Iglesia han dedicado sus vidas a compartir la suerte de los necesitados, hemos de salir al encuentro de los pobres, allí donde se encuentren, para escuchar sus sufrimientos, compartir sus necesidades y hacerles parte de nuestra existencia. Hemos de vivir siempre con la convicción de que la pobreza no es una consecuencia del destino, sino una consecuencia de la avaricia y del egoísmo.

Con mi sincero afecto y bendición, no olvidemos a los pobres.

+ Atilano Rodríguez,

Obispo de Sigüenza–Guadalajara

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