El filósofo francés Rémi Brague, en COPE: "La Inteligencia Artificial nunca podrá rezar"

Es uno de los máximos referentes del pensamiento cristiano y reflexiona con nosotros sobre la esencia del hombre, la libertad o el futuro de occidente

Rémi Brague
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Jorge Miralles

Álvaro Sáez

Publicado el - Actualizado

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Rémi Brague es un filósofo francés que se ha convertido en uno de los máximos referentes del pensamiento cristiano. En el año 2012 obtuvo el premio 'Joseph Ratzinger'. Actualmente es profesor emérito de Fisolofía Medieval de la Soborna (París) y profesor de Historia del Cristianismo Europeo en Múnich. A sus 77 años, se puede decir que su vida ha estado marcada por su capacidad de hacerse preguntas. 

Brague ha desarrollado algunos de los principales estudios sobre la historia intelectual de Occidente. Por ello, en periodos de incertidumbre como el que vivimos actualmente, el pensador francés ha sido invitado por COPE para reflexionar sobre el hombre de hoy y el del futuro.

Una conversación interesante donde Brague hace referencia a la capacidad de trascendencia del ser humano, los retos de Europa para recuperar sus raíces cristianas o el futuro del hombre en un periodo donde el desarrollo de técnicas como la inteligencia artificial está cambiando nuestras formas de vida.

Álvaro Sáez: ¿Tiene usted miedo al desarrollo de la inteligencia artificial?

Rémi Brague: Tengo miedo a la desaparición de la inteligencia natural. Me preocupa la bajada de nivel de la discusión, no solo en el campo política, sino más bien en el campo de la vida cotidiana. No conozco mucho sobre los problemas técnicos de la inteligencia artificial. Tengo en la academia un colega que ha publicado un libro sobre el doble enigma de la inteligencia artificial. No es más hondo que el enigma de la inteligencia natural, de seres vivos. La pregunta que me hago sería, ¿es posible concebir una inteligencia artificial que podría ser creadora, que podría inventar otra cosas que ya posee? Me pregunto si la creatividad de la inteligencia, ya sea artificial o natural, no depende de la subestructura vital. En el caso del ser humano tenemos un cuerpo con necesidades, con deseos y con una vida que termina con la muerte natural. Un ordenador no posee ese tipo de cuerpo. Un cuerpo que solo tiene como deseos y necesidades la electricidad. Me pregunto si una inteligencia artificial podría querer o desear algo. Sentir el deseo de otra cosa. Esa es la esencia del proceso vital en los seres vivos: necesitar, desear y hacer algo y hacer lo necesario para obtener el objeto de nuestro deseo. Por eso no tengo miedo de un poder excesivo de la inteligencia artificial. Hay cosas que las máquinas no pueden hacer, no porque no sean lo suficientemente sofisticadas, sino porque les falta ese nivel elemental de la vivencia, del deseo.

Álvaro Sáez: En España hay 282 niños abortados al día. Parece que en Occidente hemos perdido aprecio por la vida. ¿No le encontramos sentido, no nos parece tan importante?

Rémi Brague: El aborto es otra vía en la misma dirección de un suicidio colectivo, un poco más dramático que el simple hecho de negarse a tener hijos. El aborto es la versión radical de esa actitud, pero no hay ninguna diferencia de fondo entre el aborto y la negativa a tener hijos, sin renunciar a la actividad sexual. La gente puede tener buenas razones para abstenerse de la actividad sexual, por ejemplo un voto monástico u otras razones, pero el hecho de negarse a hacer lo necesario para que la historia del género humano se interrumpa es radical. Hay matices. Un aborto es un acto más grave que los demás, pero el resultado es casi lo mismo a largo plazo.

Álvaro Sáez: Se nos avecina un invierno demográfico en Occidente. Es una especie de suicidio colectivo como usted ha dicho. ¿Qué hay que hacer para que esto cambie? 

Rémi Brague: Hay gente que cree que la inmigración podría compensar el 'invierno demográfico'. La dificultad es saber, antes de todo, si la gente que va a venir no adoptará el mismo sistema de comportamiento que rige en las élites occidentales. Si eso ocurre, solo tendremos que esperar un poco y lo mismo sucederá. El segundo problema es saber si la gente que viene está dispuesta a jugar con las mismas reglas que nosotros. Eso es un problema para los políticos y sociólogos, no tanto para los filósofos. Los filósofos deben quedarse al nivel de los principios.

Álvaro Sáez: Usted, que ha estudiado mucho el islam, muchas de las personas que llegan a Europa son de esta religión.

Rémi Brague: O, mejor dicho, vienen de países en los que el islam ha desarrollado un papel decisivo. Eso no significa que todos ellos se caractericen por una adhesión total al islam. Hay un abanico de posibilidades. Algunos se identifican plenamente como musulmanes, que su identidad coincide con el islam, mientras al otro lado del espectro se ven a sí mismos como pertenecientes a una cultura o tradición islámica. Hay un hecho importante que debemos destacar, aunque sea doloroso. Esta mañana tuve la ocasión de repetir la reflexión irónica que un amigo hizo hace varios años de un amigo: Dijo que hace 20 o 30 años no había musulmanes en Europa, pero teníamos un montón de árabes. La diferencia entre ambos términos es interesante. Un árabe es alguien que habla un dialecto del idioma árabe, que viene de países donde la lengua es el árabe, mientras un musulmán es alguien que profesa el islam. Esto es precisamente lo que quieren los islamistas: que todos los que provienen del mundo islámico se identifiquen únicamente como musulmanes, sin importar su origen o circunstancias. Es importante tener una higiene del lenguaje.

Álvaro Sáez: Al principio de la entrevista, usted habló de una serie de élites occidentales que odian y rechazan la religión. Más allá de un proceso de secularización que vive Europa, ¿vemos ahora un intento de acabar con la religión? ¿Qué temen estas élites?

Rémi Brague: El principio fundamental de estas élites es lo que llaman la autonomía, una concepción de la libertad como idea para no depender de cualquier cosa. Esta concepción de libertad tiene una concreción divertida pero honda en su sentido en los taxis de Madrid, de París o de Múnich, pero no en los de Londres o EEUU. Piense en la palabra 'libre' de un taxis que se ilumina en verde cuando está vacío. Un taxis libre no va a ninguna parte y puede ser alquilado por cualquiera que pueda pagar. La concepción de la libertad en ciertas élites europeas es la misma: la libertad consiste en estar vacío, no querer tener un rumbo fijo, y la posibilidad de recibir cualquier deseo exterior que nos diga qué hacer. Estos factores exteriores pueden ser la publicidad, el poder de cualquier tirano, una ideología o incluso recuerdos de la infancia. La libertad moderna es la posibilidad de no comprometerse, de no tomar una decisión que me comprometa totalmente. Piense, por ejemplo, en la concepción del amor para muchos: consiste en obedecer al deseo que puedo sentir en tal momento de mi vida pero sin compromiso, sin decir por ejemplo "tú eres mi mujer" o "yo soy tu marido". Cada vez es más difícil comprometerse, tanto en las relaciones personales como en la política. Es difícil encontrar gente que quiera pertenecer a un partido político y defender un programa concreto. Hay una crisis general del compromiso. Todos quieren ser libres, es decir, vacíos.

Álvaro Sáez: Siempre nos gusta dar un poco de alegría y esperanza a todas las reflexiones. Y aquí es donde entra la antropología cristiana. ¿Cuál es el papel distintivo que aporta el pensamiento cristiano a la concepción del hombre, del yo, del ser?

Rémi Brague: El cristianismo no es solo una cosa intelectual, es una cosa de vida. Y no es solo un sistema de dogmas, es el encuentro con una persona: Jesucristo. En ese encuentro con Jesucristo podemos entender que nuestra existencia no es fruto del azar, sino de una voluntad benévola que quiere que seamos. La Biblia lo dice en términos sencillos: la imagen de Dios. Y esa imagen, según los padres de la Iglesia, no es otra que la libertad, pero la libertad auténtica, no la del taxis vacío, sino la libertad que permite elegir y comprometerse con la elección. Lo que puede aportar el mensaje cristiano es que somos objeto de un amor. Y el pleno desarrollo de esas facultades es la felicidad. La felicidad no es algo que debamos buscar. Si nos obsesionamos con ser felices, no funciona. Pero si hacemos lo que debemos hacer, si hacemos el bien para nosotros y para los demás, entonces encontraremos la felicidad como un don, como un regalo.

Álvaro Sáez: Si no tenemos claro qué es ese bien, esa verdad con 'V' mayúscula, si no creemos en el encuentro con Jesucristo... ¿la vida tiene poco sentido?

Rémi Brague: Poco sentido, pero hay muchas maneras de olvidar ese hecho fundamental de que una vida sin esa fe en la naturaleza creada y querida de nuestra existencia, entonces debemos divertirnos.

Álvaro Sáez: Empezamos preguntándonos qué hace al hombre exclusivo, qué cualidades le son propias. Usted mencionó la capacidad de trascenderse, la creencia de que hemos sido creados para un bien superior. Y el acto que mejor manifiesta ese sentimiento de trascendencia es rezar, algo que solo los hombres podemos hacer.

Rémi Brague: Y eso es algo que la inteligencia artificial no podría hacer.

Álvaro Sáez: Rémi, muchísimas gracias por venir a Cope a charlar con nosotros sobre qué es el hombre.

Rémi Brague: Gracias a usted.