Cristianismo y crisis europea

La vocación esencial de la Iglesia no es ser “la arquitectura del poder, del pensamiento y del arte” de cualquier sociedad. Su razón de ser es hacer presente a Cristo resucitado"

Cristianismo y crisis europea

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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Un notable intelectual, Jean-Marie Rouart, acaba de abrir un interesante debate en Francia al proclamar que el laicismo republicano es incapaz de frenar el avance del islamismo, tarea que, según él, sólo el cristianismo puede llevar a cabo. Por eso la reflexión de Rouart es necesariamente amarga al constatar que la cultura cristiana ya no juega un papel de alma y cohesión de la sociedad francesa.

En el análisis de este académico no faltan apreciaciones correctas, pero le domina una nostalgia estéril y, sobre todo, una incomprensión de fondo sobre la naturaleza de la de cristiana. La mera afirmación del rígido laicismo francés no frenará el deterioro de una democracia asaltada no sólo por el islam político, sino por la carcoma del nihilismo. Y coincido en que la pérdida de influencia cultural y política del cristianismo se traduce en un deterioro para la vida de nuestra ciudad común que, a veces, muestra inclinaciones suicidas, como las ballenas varadas de las que habla este académico.

Pero la vocación esencial de la Iglesia no es, como pretende Rouart, ser “la arquitectura del poder, del pensamiento y del arte” de cualquier sociedad. Su razón de ser es hacer presente a Cristo resucitado, el único que responde a los deseos del corazón humano. Ciertamente, quienes acogen la fe sin reducciones comprenden sus implicaciones culturales y las intentan desarrollar en cada contexto. En algunos casos ese desarrollo da lugar a una potencia cultural que llega a tener consecuencias en el ámbito de las costumbres sociales, del derecho y de la política, en otros no, incluso aunque la fe sea heroica, como en China u Oriente medio. Es legítimo desear que esa traducción cultural se produzca, pero eso sólo será posible si hay personas que viven y comunican la fe, y si el conjunto de una sociedad plural se reconoce mayoritariamente en los valores que de ahí derivan.

La debilidad de la Iglesia en occidente no es la que denuncia agriamente este académico: haber abandonado el latín y la música sacra, menos aún haber trocado la defensa de la verdad por la misericordia. Su debilidad radica, más bien, en no vivir suficientemente de la fe. A Rouart le atormenta la imagen del padre Hamel, asesinado por dos yihadistas en su parroquia de Normandía, como la imagen de una Iglesia inútil y postrada. Está claro que esa no es la única imagen de la Iglesia, pero sí es esencial e imprescindible, porque nos muestra la raíz de la fe, desde la que todo puede recomenzar.

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