San Antonio Claret, maestro y modelo de evangelización, en síntesis

San Antonio Claret, maestro y modelo de evangelización, en síntesis

Jesús de las Heras

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El calendario litúrgico de la Iglesia nos ofrece el día 24 de octubre la memoria de uno de los santos más destacados del siglo XIX. Es San Antonio María Claret, el fundador e inspirador de los Misioneros y Misioneras Claretianos. Un santo vigoroso y ardiente. Un santo que sigue vivo y de actualidad. Un modelo e intercesor de evangelizadores. Un ejemplo y un referente para los religiosos y los pastores de la Iglesia.

San Antonio Mª Claret, en esta hora de la nueva evangelización, es un acabado y espléndido maestro de evangelizadores. Nacido en tierras catalanas, en Sallent, en 1807, fue ordenado sacerdote y se dedicó a la predicación popular, a la confesión, a la dirección espiritual y al ministerio epistolar. En 1849 fundó la Congregación de Misioneros Hijos de Inmaculado Corazón de María. Poco después fue nombrado Arzobispo de Santiago de Cuba, donde sobresalió por su celo y por la promoción humana y cristiana de los fieles de su archidiócesis de ultramar. Allí abrió Cajas de ahorro parroquiales y Casas de Caridad. Entre 1857 y 1867 fue el Confesor de la Reina de España, Isabel II. Durante estos años, el Arzobispo Claret ejerció el ministerio en los más variados ambientes y servicios.

Entre 1867 y 1870 vivió en el destierro. Participó en los primeros meses del Concilio Vaticano I y el 24 de abril de 1870 falleció en la abadía cisterciense de Fonfroide, en Francia. La cruz se había plantado de manera incesante y muy variada y lacerante en los últimos años de su vida abnegada y apostólica.

Entre sus numerosos escritos, al comentar la frase de San Pablo "nos apremia el amor de Cristo", escribe: "Un hijo del Inmaculado Corazón de María -esto es, un cristiano que quiere serlo en plenitud- es un hombre que arde caridad y que abrasa por dónde pasa; que desea eficazmente y procura, por todos los medios, encender a todo el mundo en el fuego del divino amor. Nada le arredra, se goza en las privaciones, aborda los trabajos, abraza los sacrificios, se complace en las calumnias y se alegra en los tormentos. No piensa sino cómo seguirá e imitará a Jesucristo en trabajar, sufrir y en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas".

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